Carlos
Su aroma permaneció en mi mano donde nuestros dedos se entrelazaron anoche en la biblioteca; madreselva y lluvia, con ese sutil matiz de algo ancestral que llamaba a mi bestia de formas inexplicables. Debería estar concentrándome en los informes territoriales, pero solo podía pensar en cómo se inclinó ligeramente hacia mí, confiando a pesar de todo.
—¿Mi hermano es ese con una sonrisa de tonto en la cara? —Violeta se recostó en el marco de la puerta de mi oficina, sonriendo—. Estás pensando en ella, ¿verdad?
—No sonrío como tonto. —Gruñí, pero sin enfado real.
—La verdad es que sí lo haces —añadió Gerard, apareciendo detrás de ella—. Es inquietante, de hecho.
—¿Ustedes dos no tienen obligaciones? ¿Además de atormentar a su Alfa?
—¿Y perderme este espectáculo? —Los ojos de Violeta brillaban traviesos—. Jamás.
Gerard intentó alejarla, pero ella escapó de su alcance bailando.
—Vamos, pequeña amenaza. Dejemos que se quede a solas con su melancolía.
—Está bien —suspiró dramáticamente