Capítulo 34
Salvia

El uniforme negro y plateado del mensajero captó mi atención primero, eran los colores de Espina Negra. Me quedé paralizada en el pasillo, con el corazón martilleando contra mis costillas. Estaba hablando con uno de los guardias de Carlos, pero yo solo podía concentrarme en el familiar escudo de su chaqueta.

Los recuerdos emergieron como escenas ahogándose: la sonrisa cruel de Dafne, las mentiras gentiles de Marcos, las caras burlonas de la manada cuando me rechazó. De repente, sentí el corredor demasiado pequeño, el aire demasiado escaso.

—¿Salvia? —Violeta tocó mi brazo, haciéndome sobresaltar—. Estás tan pálida como un fantasma.

Intenté hablar, pero el mensajero se giró ligeramente, y algo en su perfil me recordó tanto a Marcos que la bilis subió por mi garganta. Un destello de memoria me golpeó: lo encontré en su estudio una noche, inclinado sobre unos frascos extraños, hablando con alguien en tonos susurrados. Me había visto y sonreído, pero había algo extraño en ello, algo
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