—Puede que sean ideas mías, pero siento que él me amenazó si no hago lo que quiere —confesó Victoria, con voz temblorosa.
—¿Y qué quiere él? —preguntó el doctor, con preocupación.
Victoria guardó silencio. No se atrevió a decirlo.
—Bueno, eso no importa. Cuenta conmigo para lo que necesites —añadió él con firmeza.
—Gracias, doctor —susurró ella, aliviada.
Cuando llegó a su apartamento, Victoria encontró la puerta entreabierta. Pensó lo peor: ¿la habrían robado? Entró rápidamente y se topó con varios hombres que sacaban sus pertenencias y las apilaban en la entrada.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué están tocando mis cosas? —preguntó, alarmada.
Una voz aguda resonó detrás de ella.
—Aquí está la señorita: ¡Victoria, la hija bastarda de mi marido! —exclamó una mujer con gesto altivo.
—Señora, yo a usted no la conozco —respondió Victoria, perpleja.
—Pero yo a ti sí. Y necesito que desocupes este lugar que no te pertenece —sentenció la mujer.
—¡Mi padre me lo regaló! —protestó Victoria, sint