Daniel no quedó conforme con las palabras de Victoria. Por el contrario, estaba a punto de estallar. Habían pasado ya varios meses desde su matrimonio y, sin embargo, ella seguía esquivando cualquier cercanía. Siempre encontraba excusas, razones, pretextos. Aunque en su momento le dijo que solo se casaba por gratitud, para darle fuerza y estabilidad emocional, él nunca aceptó esa versión. La amaba, o eso creía, y no podía soportar la frialdad con la que ella lo trataba.
Esa noche decidió hacerle caso a sus impulsos. Se dirigió a la habitación de Victoria y tocó varias veces, al principio con suavidad, luego con ansiedad. No obtuvo respuesta. Frustrado, apoyó la frente contra la puerta y suspiró con rabia contenida. Finalmente, se rindió y regresó a su habitación, tragándose la decepción.
Antes del amanecer, Victoria ya se había marchado de la casa de los Castillo. Su vida era demasiado ajetreada como para perder el tiempo en ambientes donde no era bienvenida. Andrés la buscó temprano