La sala del consejo era un reflejo exacto de lo que representaban: fría, calculada, perfectamente diseñada para intimidar.
Las lámparas colgaban con una elegancia gélida, lanzando su luz pálida sobre el mobiliario moderno, de líneas afiladas y tonos neutros.
Cada silla estaba perfectamente alineada. Cada superficie brillaba como si hubiera sido pulida con intención quirúrgica.
Todo parecía relucir… excepto los rostros que me esperaban.
Serios. Juzgadores.
El presidente del consejo se puso de pie. Su ropaje era de un azul profundo, con bordados de plata que reflejaban la luz con sobriedad.
Su barba, perfectamente recortada, no tenía un solo pelo fuera de lugar. Cuando habló, su voz sonó como mármol pulido, dura pero serena.
—Hemos escuchado lo que ocurrió esta mañana, Rey Tharion. Su posición respecto a la forastera Lyra es… clara —cruzó los brazos con estudiada lentitud, alzando una ceja—. Pero no puede ignorar que esto traerá consecuencias. Especialmente con Grajael y su sobrina.
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