Había pasado una semana desde la última emboscada.
Siete días de camino por senderos ocultos, túneles antiguos y bosques que parecían tener voluntad propia. Cada hoja, cada raíz, cada rama parecía susurrar secretos olvidados y advertencias en lenguas arcanas. Las criaturas del bosque los observaban desde las sombras, y aunque algunas parecían protegerlos, otras tan solo esperaban el momento adecuado para atacar.
Los brujos oscuros, desesperados por no poder rastrear a Lucía con la facilidad de antes, habían lanzado ataques sin estrategia, guiados solo por el miedo de perderla porque la estaban perdiendo.
Cada paso que Lucía daba junto a Henrry, Ares y Nyssara era un paso más lejos del hechizo que antes la dominaba y lo sabían.
Henrry lo sentía, aunque no decía mucho, y su mirada no se apartaba de ella. Observaba cada movimiento, cada gesto, como si temiera que en cualquier momento Lucía volviera a desvanecerse en aquella oscuridad que una vez la reclamó, pero ella no lo hacía. Al cont