Ana no quería dar la impresión de ser tacaña frente a su sobrina, pero los cuarenta millones no eran una cantidad pequeña.
De hecho, ni siquiera Mario podía imaginar que un hongo pudiera costar cuarenta millones. ¡Qué ridículo era este mundo!
—¿Señores, les gustaría aumentar el precio? —apresuró Mar