Capítulo 4.

•Demián•

-Sera-

Suspiré tomando el aviso del alquiler en mis manos. Tenía que dar el dinero ya. Y no contaba ni siquiera con la mitad.

—¿Y si le pides prestado a Demián? Con tu nuevo trabajo podrás regresárselo en una semana—. Me siento mal, él nos a dado tanto y nunca pude pagarle todo lo que hizo por nosotras.

—Lo haré. Y espero sea la última vez— suspiro.

Acordamos vernos en el café cerca del parque. Ya eran aproximadamente las cinco de la tarde, el cielo seguía nublado pero no rastro de lluvia.

—¡Sera!— Sonreí al verle. Meses que no coincidíamos.

—¿Cómo estás? Le doy un abrazo acompañado de un beso en la mejilla.

—Ahora que te veo estoy perfecto. Hay mucho de que hablar—. El rubio me guía hacia una mesa dentro del local. Solíamos frecuentar este lugar cuando estaba estudiando en la universidad.

— ¿Y los niños? Amanda me dijo que te habían colocado como semi director de “El rosal”— asiente con la cabeza.

—Estoy más cerca del control en el orfanato. Con los nuevos programas, más niños son adoptados cada día— sonrió alegre. Cuando éramos parte de el, casi nunca se llevaban a pequeños. Pero cada semana había un nuevo integrante.

—Amandy me dijo que te aceptaron en la compañía inmobiliaria. ¡Eso es increíble Sera! Es por todo lo que luchaste— suspiro. Aún no se bien cómo manejarlo.

—Bueno de hecho ayer fue un día de locura. ¿Por donde empiezo?

—Ese hombre, el CEO de la empresa Arcuri. ¿No es el que estuvo dentro de la polémica con su esposa hace unos años?— Frunzo el ceño. Nunca fui del tipo de chica que pasará horas en las redes sociales o viendo el noticiero.

—¿Me iluminas?

—Bueno al parecer si mujer desapareció en circunstancias extrañas— abro los ojos impresionada.

—¿Qué? No lo sabía— eso es totalmente extraño.

—Son personas con mucho dinero Sera. Y ahora que estarás tan cerca de ellos, me preocupa un poco tu seguridad.

—Que tengan más poder económico Demián, no significa que sean malas personas.

—Siempre buscas la bondad en las personas. Ese hombre no tiene nada de bondadoso— me encojo de hombros. No siempre hay que creer en lo que la prensa nos vende.

—Creo que tendré bastante tiempo para descubrirlo. Y siento mucho lo del alquiler. En cuanto cobre el primer cheque, vendré a pagarte.

—Oh niña boba, no tienes que pagarme nada. Las adoro, son como mis hermanas, haré cualquier cosa por ustedes. Aunque…

—Dale dime.

—En dos semanas habrá una ceremonia en el orfanato para recaudar fondos. Sería grandioso si pudieras asistir

—Dalo por hecho.

….

Hice una pequeña parada en un establecimiento concurrido. Compré un café capuchino con extra de vainilla y unas galletas de avena. En mi bicicleta hubiese llegado en la mitad del tiempo que caminando. Por suerte logro acceder faltando un minuto para las ocho de la mañana.

—Señorita Llilvian— Sonrió de lado. Le dije que ya llegaría tarde. Aunque fue porque creí que me despedirán.

—Este es su nuevo gafete. Último piso— murmuró entre dientes con aspecto molesto.

«Envidiosa»

Tenía muchos asuntos que aclarar, ayer ni siquiera tuve el tiempo para razonar todo lo que acababa de pasar. La mayor pregunta de todo esto es… ¿Por qué yo?

Muevo mi pie de lado a otro esperando que el ascensor me deje en el piso correcto. Suspiro de manera entre cortada. La secretaria del CEO me sonríe amablemente.

—Buenos días Sera. El señor Arcuri salió unos minutos, me pidió que esperarás en su oficina— asiento con la cabeza mientras me abre la puerta. Nuevamente estoy aquí, dentro de su oficina. El olor a productos de limpieza, colonia varonil y menta se mezcla alrededor.

—Dejaré esto por aquí— Pongo su café sobre el escritorio y a lado las galletas. No tengo ni idea de cuáles son sus gustos. ¿Pero a quien no le encanta el capuchino?

Me quedo observando, hay pocos adornos decorativos, la mayoría son folletos, papelería, muebles con bastante espacio de almacenamiento. Me detengo en la esquina de una pequeña mesita, a un lado hay un marco caído. Al tomarlo con mis manos me quedo bastante impresionada, en el aparece el señor Arcuri a lado de una mujer y un niño. Lo que más llama mi atención, es el gran parecido que comparto entre esa mujer y yo, aunque es mayor notablemente. Me preguntó si ella será su esposa. ¿Por qué habrá desaparecido? ¿A caso…

—¿Se puede saber qué hace? — Me sobresaltó al escucharle. Ni siquiera oí la puerta abrirse.

—Nada— digo rápidamente escondiendo el marco detrás de mí.

—Es usted bastante extraña Ragazza

«Necesito estudiar italiano»

Pongo el objeto en una esquina mientras su mirada se desvía hacia el café y los bocadillos en su escritorio. Una media sonrisa aparece en su rostro.

—¿Capuchino? Lamento decirle que lo mío es el café simple sin azúcar— ruedo los ojos cruzándome de brazos.

—Bueno allí la respuesta de su amargues— me muerdo la lengua. Lo he dicho en voz alta.

Trago saliva nerviosa. Un brillo juguetón y hasta cierto punto retador envuelve sus pupilas.

—Así que es una mujer sin filtros. ¿Entonces le parezco una persona amargada?

«Ay tierra trágame y escúpeme en china»

—Bueno es lo que dicen— me excuso.

El señor Arcuri se acerca un poco más a mí. Esta tan cerca nuevamente que, me siento sofocante.

—Estoy seguro que escuchó eso de oídos masculinos. Porque las mujeres que poseen el honor de conocerme tienen otra idea sobre mí.

«Y se me suma lo arrogante»

—¿ A sí? Bueno bien por ellas.

—¿No quiere saber por qué su idea es contraria a lo que piensa usted?

«Oh por los cielos»

—No— niego sabiendo que me he puesto un poco roja de la pena. — Si no tomará el café lo haré yo— me escabullo por debajo de sus brazos hasta llegar al frente del escritorio.

—Señorita Llilvian ¿logró ver el correo que mi secretaria le envío?— asiento con la cabeza.

—La cuestión de asistencia no me preocupa, sin embargo— hago una mueca— ¿Institutriz? Solo di algunas clases en el orfanato, no poseo los estudios adecuados para desempeñar tal acción. Lo más recomendable sería que contrate una maestra ¿no cree?— El magnate toma asiento y saca un par de carpetas de un cajón. Mantiene la mirada seria cuando las abre.

—Aquí están los contratos para ambos trabajos. No le doy este tipo de oportunidades a cualquiera señorita Llilvian. ¿A caso no confía en sus aptitudes y destrezas?

« Idiota»

Cierro los ojos con fuerza. Claro que confío en ellas. De no hacerlo jamás hubiese llegado hasta aquí. Tomo la pluma que me ofrece con su mano izquierda. Y firmo ambos documentos.

—Es una mujer astuta. Ahora solo queda la cuestión de que nos veremos más seguido— frunzo el ceño confundida.

—¿A qué se refiere?

—El niño que va a ser su alumno, es mi hijo Daniel Arcuri.

Y entonces siento como si un balde de agua fría me cayera en el rostro.

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