El tiempo no se detiene

Charlotte Moncada masajea suavemente los hombros de Albert con sus delicadas manos.

—Estás rígido... tenso... —Le susurra seductoramete.

—¿Te puedes sentar y dejar de hacer eso? No entiendo por qué lo haces. —Dice Albert un poco incómodo por el tacto de Charlotte.

—¿Por qué? ¿Temes que te guste? —Le dice cuando busca sentarse frente a él, éste la mira con dureza.

—¿Me explicas por qué esa actitud seductora? —Coloca su taza de café sobre la mesa, están cenando en un lujoso restaurante de la ciudad.

—Shhhh, es que están unos amigos de papá con los ojos puestos en nosotros y tengo que hacer creerles que tenemos algún acercamiento romántico. —Albert levanta una ceja y la sigue mirando con dureza.

—Sigo sin entender...

—¡Oh! Pero qué antipático eres... ¡Felicidades! Ya eres el amargado de hace algunos años atrás, otra vez.

—Ajá... ¿Entonces me vas a explicar qué ocurre o no? —Pregunta Albert, a lo que Charlotte resopla.

—Es que la nueva ocurrencia de
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