CRUELLA
“¡Argh!” Un grito crudo, animal, salió desgarrando de mi garganta mientras mi columna se doblaba fuera de lugar. Un fuego abrasador recorrió cada hueso de mi cuerpo.
“¡Haz que pare! ¡Por favor!” Ni siquiera reconocía mi propia voz—ronca, gutural, temblorosa.
Mis huesos volvieron a retorcerse—crack, pop, crack—y golpeé el suelo con la palma. Temblaba tanto que no podía levantar la cabeza. Apenas podía ver a través de las lágrimas borrosas mientras las chicas retrocedían.
Escuché a una de las secuaces de Maeve susurrar:
“Vamos, Maeve, vámonos ya.”
Su voz temblaba como si estuviera a segundos de desmayarse.
Pero Maeve… no. Maeve no tenía miedo suficiente para irse.
“Después de todo lo que te hizo, ¿vas a dejarla así? Eres una cobarde,” siseó, acercando sus pasos hacia mí.
Otro hueso de mi brazo se movió, alargándose de forma antinatural. Mi visión palpitó de blanco. Saboreé sangre.
“Maeve, ahora no es momento para venganza. ¡Vámonos ya de aquí!” suplicó su amiga, abrazando su muñ