51. Los cuartos

En la mañana cada uno se alistó, desayunó y fueron a la empresa. Heinz salió de su oficina justo cuando el reloj marcaba la hora del almuerzo, y se dirigió a la salida del edificio con paso firme y el rostro imperturbable. Su plan era sencillo: salir, despejarse un poco y, con suerte, aliviar el peso de los pensamientos que lo habían acosado toda la mañana. Sin embargo, justo antes de alcanzar el pasillo que conducía al vestíbulo, algo captó su atención. Era Ha-na, sentada en una de las mesas del comedor, con una expresión relajada y animada en su rostro mientras reía, una vez más, con Erik.

Heinz detuvo el paso y observó, sin ser visto, cómo el rostro de Ha-na se iluminaba de una forma que no le había mostrado en días. Esa sonrisa radiante, ese gesto de satisfacción, no eran para él. Desde hacía semanas no había recibido ni una mirada así, y el simple hecho de verla tan despreocupada, tan sonriente y cercana a Erik, le provocó una punzada de ira y resentimiento que recorrió su pecho.
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