Capítulo 2.

|CAPÍTULO 2|

Ambar.

Dos días después.

Hoy estaba limpiando la casa, recogiendo el desastre que mi padre dejó anoche de nuevo, a veces quisiera irme y dejarlo todo atrás, pero no tendía dinero, no tenia algún sitio a donde irme ya que no sabía si tenía familia así que no me quedaba de otra que soportar los tratos de mi padre hasta el día en que decida venderme a uno de sus amigos para ser una esposa fiel y obediente.

Mi cuerpo lo sentía agotado, debido a la falta de sueño y trabajo excesivo y pensar que siento un poco de alivio cuando duermo, sin embargo sentía miedo de que el entrara por esa puerta y me hiciera daño.

La puerta sonó, así que la abrí antes de que el se quejara, al hacerlo había un hombre, bien vestido, pude ver el escudo del palacio ¿qué habrá hecho mi padre ahora?

—Buenos días —dio un asentimiento, yo lo regresé— ¿se encuentra su padre?

—Si señor —me hice a un lado para que entrara, el lo hizo mientras miraba mi casa por dentro.

—Señor —Mi padre se puso de pie— qué honor tener al jefe de la guardia Real en mi casa.

—Vine por órdenes de los Reyes —estaba firme— seré directo señor, vengo por su hija.

—¿Mi hija? ¿Y para que la quiere?

—Son asuntos de la corona —dejó una bolsa de monedas sobre la mesa— ahí tiene quinientas monedas de plata.

Mi padre de inmediato tomo la bolsa y sacó las monedas para empezar a contarlas, mientras que yo estaba empezando a sentir miedo.

—No es suficiente —habló—, ella es virgen, vale mucho más ¿no es así?

—No se le dará más, es la última palabra.

—Puede llevársela —sonrió mirando las monedas.

—No puedes hacer eso padre —me puse frente a él al borde del llanto.

—Si puedo y te irás.

—Señorita, haga lo que le piden por favor —decía el hombre frente a mi.

—Pero... No pueden hacerme ésto, yo no soy una mercancía a la cual pueden comprar —dije al borde del llanto.

Todavía no podía creerlo, mi padre había logrado venderme a los Reyes ¿Porque lo hizo? Se supone que soy su hija y no debía dejarme a la deriva.

—Haz lo que te dicen Ambar —Mi padre me sostuvo con fuerza del brazo— pagaron demasiado por ti.

—Padre.. Yo no quiero irme.. Yo no conozco a los Reyes, no quiero ser su mujer.

—¡Pues lo harás! ¡Pagaron mucho por ti bastarda!

—Le aconsejo que no trate a la señorita de esa forma —aquel hombre intervino— llega lastimada a palacio, perderá ambas manos por tocarla.

Si usted supiera señor, solo si supiera.

Mi padre me soltó, no había forma de huir, me cazarian como animal, no quiero morir. No así.

—Venga conmigo señorita.. Es momento de irnos.

No asentí, tampoco negué, me quedé quieta en mi lugar, joder ¿qué hice para merecer ésto? Salí de la casa con lo único que tenia puesto, un vestido largo que estaba desgastado y sucio. Afuera estaba esperando una carroza preciosa con caballos blancos, no tuve más remedio que subir a ella, no sabía realmente como sentirme, no quería estar con ellos.

La carroza empezó a andar rumbo a palacio dónde ellos me esperarían, maldito sea el día en que salí corriendo de casa ese día, si me hubiese quedado a soportar un poco más, no estaría pasando por nada de ésto. No había pasado mucho tiempo cuando pude ver a lo lejos el palacio, desde casa se veía hermoso, pero ahora que estaba cerca, era más enorme de lo que imaginaba. Las rejas se abrieron dándonos el acceso al mismo, ya estando en las puertas me ayudaron a bajar de la carroza, pude ver a una mujer algo mayor detrás de ella habían tres chicas más, una rubia, otra de cabellos oscuros y otra de piel oscura, las tres vestían prendas costosas y Lucian peinados hermosos, parecían doncellas incluso podría decir que princesas.

—¿Es ella? —ella le preguntó al hombre y el asintió.

Ella vino a mi, tomo mi rostro en su regordeta mano y empezó a mirarme detalladamente ¿Porque lo hacía?

—Tienes facciones delicadas —tomo mis manos— tus manos están estropeadas, tu cabello le hace falta un buen lavado.

—Lo siento pero no todas podemos darnos ese privilegio —dije molesta, me solté de sus manos sudorosas.

—Eres una altanera, espero que no des problemas —miró a las chicas— ellas son tus compañeras, las concubinas de los Reyes.

¿Qué? No puede ser ¿las tres? Entonces los rumores son ciertos, ellos tienen más de dos mujeres aquí.. Dios mio padre ¿qué hiciste?

✨🌹✨

Me hicieron ingresar al palacio bajo la vista de los miles de sirvientes quienes me miraban con pena o odio, no sabía bien como descifrarlo. Seguí por el palacio a la mujer quien me guiaba a la parte de arriba del mismo.

El palacio por dentro parecía de fantasía, todo se veía costoso, las cortinas seguramente eran de las más caras del mundo, todo era bonito.

—Ésta será tu habitación —salí de mi ensoñación al escuchar a la mujer.

Abrió ambas puertas, luego yo entre a la habitación, lo primero que vi fue una enorme cama, la tela de la sabana era de color de las flores, no sabía bien cual, pero era bonito, habían tantas cosas de las cuales desconocía, me siento como una tonta sin saber que hacer.

—Despoja tus prendas —me dijo la mujer.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste niña, quita esos trapos sucios de tu cuerpo, hay que lavarte de inmediato.

—No pienso dejar que me vea desnuda —frunci las cejas molesta.

—Deja las tonterías, no tengo tiempo —se cruzó de brazos.

¿Era necesario hacer ésto? Que vergüenza.

No tuve más remedio que quitarme mi vestido viejo, solté las tiras y lo deje caer al suelo, me sentí incómoda por la forma en que ella me estaba escudriñando con la mirada, me sentía pequeña.

—Tus caderas son anchas, tienes cintura plana aunque estas muy delgada, se te miran las costillas —me mire mi costado, no noté nada—, tu piel es bastante blanca y al parecer no hay rastro de vello en tu cuerpo ya que estas libre de ello, interesante, tus pechos son firmes y de buen color, hay que lavarte.

—Si ya me miró ¿puedo vestirme? Me siento incómoda.

—Pasa al cuarto de baño —señaló una puerta— y te metes en la tina.

Entre donde me indicó, era un cuarto de baño, era bonito aunque demasiado grande para mi sola, en medio del mismo había una tina llena de agua y tenía flores dentro de ella, me metí y el agua estaba tibia.

—Tienes que sumergir tu cabello —me dijo la mujer, asentí sumergiendo mi cabello dentro de la tina con las flores, ya suficiente saque mi cabeza, la verdad es que se sentía bastante bien.

Al cuarto de baño entraron dos chicas.

—Ponte de pie, ellas van a lavarte.

—Pero.. Puedo hacerlo yo misma, no me siento cómoda con que otras personas toquen mi cuerpo —No quería que nadie me tocara.

—Obedece —su tono era de molestia— tienes que lavarte ahora, su majestades no suelen ser pacientes, rápido —le dijo a las chicas.

Ambas chicas con cara de pena empezaron a lavarme con trapos qué olían a lavanda, después de terminar con mi cuerpo, siguieron con mi cabello, vaya que si estaba sucio ya que el agua se tornó un poco oscura, la sensación era buena ya que sentía que estaban quitando un peso de encima.

Luego de terminar de bañarme secaron mi cuerpo con toallas del color de las nubes, me hicieron salir del cuarto de baño, sobre la cama había un vestido del color del césped y las hojas, éste era más claro y brillante, se veía que la tela era de las más costosas, siempre veía a las señoritas de clase alta usar vestidos así.

—¿Es mio?

—Todo un ropero es suyo señorita —dijo una de las chicas— la ayudaré a vestirse.

Solamente asentí, la chica empezó a vestirme como si yo no lo supera hacer sola, era simplemente incómodo, el vestido era pegado a mi torso y cintura hacían lucir mis pechos un poco grandes y apretados, no me siento cómoda realmente. Pusieron zapatos en mis pies bastante cómodos y del mismo color del vestido, estos si me gustaban.

—Señorita, aquí hay algunas cosas que puede usar para el cabello —me enseñó una pequeña caja donde habían cosas brillantes, casi tan brillantes como el sol.

—¿Qué son?

—Son tiaras, puede usarlas en el cabello, también hay Diademas puede escoger la qué más le guste.

—¿Escoger? —ella asintió— ¿esta bien si no uso ninguna? Temo poder romper alguna.

—Oh.. En ese caso, le haremos un bonito peinado a su cabello.

Me sentaron en una especie de silla pequeña que no tenía espalda, quedé en silencio al verme al espejo, me veía tan distinta y.. Limpia, mi cabello estaba bonito, no sabía como sentirme con eso.

La chica empezó a peinar mi cabello, me gusta suelto se ve bonito.

—Disculpa que insista pero ¿puedo dejarlo suelto? Siento que me gusta más así.

—Lo que usted diga señorita.

—Llamame Ambar, no me gusta ese señorita por favor.

—No debo —negó— será la concubina de los Reyes, debo tratarla con respeto.

—Entiendo.. ¿Cómo es tu nombre?

—Flora, señorita.

—¡Flora apresurate! —se escuchó la mujer gritar al otro lado de la puerta.

—Vaya qué tiene los pulmones fuertes —ella rio un poco al igual que yo.

—Ya esta lista, luce muy bonita.

—Gracias.

La mujer entro a la habitación, hasta ahora no se como se llama, así que mejor no preguntaré, no quiero que me grite.

—Sigueme —asentí.

Ambas salimos de la habitación por un enorme y largo pasillo, estaba cansada además de que el vestido me apretaba la cintura, por el pasillo habían pinturas con muchos colores, odiaba no saber nada sobre estas cosas, me sentía una tonta total, no se lo que significa todo ésto.

A lo lejos pudimos ver a un par de hombres vestidos de guardias, estaban custodiando una puerta, al llegar ambos nos abrieron las mismas, al pasar era una especie de tienda de libros, habían muchos de ellos al igual que pinturas, vaya que lindo es todo ésto.

—Espera aquí, su majestades vendrán en un momento y no toques nada —asentí. La mujer salió de la habitación.

Yo quedé parada en medio de esta mirando todo con curiosidad, me causaba mucha curiosidad y molestia a la vez de no poder saber que dicen los libros. Sin poder evitarlo, camine hacia una pintura. Era de una hermosa mujer de cabellos del color de las flores y ojos color del cielo, usaba un vestido parecido al qué yo tenia, pero el de ella tenía más cosas encima, parecía una muñeca de esas que son de vidrio ¿o era porcelana?

—Es nuestra madre —di un respingo al escuchar la voz de un hombre, voltee y era el Rey Zarek, junto a él estaba su hermano.

—Hola Ambar.

—Hola.. —quería morderme los dedos, me resultan intimidantes verlos, son enormes, parecen bestias.

—Luces fantástica, déjame decirte que el verde te luce bastante bien —dijo Stefan.

—¿Es verde? —mire el vestido— con que así es el color de las plantas —murmure, luego mire a ambos— lo siento.

Ambos me miraban de una forma en la cual no supe identificar, me sentía nerviosa y con muchas preguntas en mi cabeza que esperaba que fueran respondidas.

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