Alejandro habló con voz grave.
—Entonces, ¿dónde está Sofía? No la vi salir cuando llegué. Así que piénsalo bien, ¿a dónde se fue?
Marcela murmuró entre dientes, casi para sí misma.
—Es que, justo porque estás aquí, ella no se va a aparecer ni de chiste.
Aquellas palabras lo desconcertaron.
—¿Por qué no quiere verme?
Desvió la mirada, incómoda.
—No sé, en serio. Eso es cosa de ustedes, pregúntaselo tú mismo.
Sin decir más, intentó marcharse.
Esta vez, no la detuvo y la dejó ir. Pero le dio una advertencia antes de que se fuera.
—La próxima vez que traigas a Sofía a un lugar como este, atente a las consecuencias.
Un escalofrío le recorrió la espalda y se marchó sintiéndose desolada.
¡Qué injusto! ¿Quién había llevado a quién? ¡Si ella solo había venido de acompañante! Y ahora, encima, le tocaba el regaño.
La sola idea la llenaba de tristeza.
Pero, fiel a su principio de que la amistad está primero, asumió la culpa en silencio y le aseguró que no volvería a llevar a Sofía a un lugar así.