Cuando ambos regresaron a casa, el ambiente entre ellos se había suavizado.
Jimena estaba sentada en el sofá, comiendo semillas de girasol. Al verlos entrar uno después del otro, al principio no le dio importancia. Ya se había acostumbrado a que volvieran juntos; de cualquier forma, no podía impedirlo.
Sin embargo, de la nada, abrió los ojos como platos, incapaz de creer lo que veía. ¿Qué estaba pasando? Sofía se dirigía a la recámara principal. ¿Por qué esta vez no se iba a la de huéspedes?
Justo cuando iba a preguntarle a Alejandro qué sucedía, notó el deseo en la mirada de él.
Apretó los puños y decidió no decir nada. Las cosas habían llegado a ese punto y si decía algo más, solo quedaría como una impertinente.
Como era de esperarse, él la siguió y entró en la habitación.
Jimena intentaba con todas sus fuerzas no pensar en ello, pero sentada en la sala, su mirada se desviaba hacia la puerta cerrada. Después de vivir allí tanto tiempo, Sofía y Alejandro ya podían ignorarla con una n