La noche estaba abrumadoramente oscura. La luna había sido ocultada por una masa espesa de nubes que no dejaba traspasar ni la más mínima claridad esperanzadora. El viento helaba y Regina temblaba a pesar de llevar puesta la chaqueta que aún conservaba el calor de Alecksander. Ella podía sentir las emociones viscerales que en ese momento flotaban en el aire y tuvo que hacer uso de una gran fuerza de voluntad, para no resquebrajarse ella misma.
—Si es demasiado, ve al auto, cariño —le murmuró Alecksander mientras se dirigían a la casita de la que había salido aquel grito desgarrador.
Un hombre joven había salido al encuentro de Alecksander y Víctor le explicó que era la persona que lo había llamado. Era un alfa, y le había suplicado, entre lágrimas, por venganza. Alecksander lo agarró de los hombros, lo miró a los ojos con toda la convicción plasmada en ellos, y le prometió que no quedaría ni una sola alma que no fuera vengada.
Las palabras de Alecksander le otorgaron al hombre la tem