V - Obsequios

Cuando Regina despertó el siguiente día, Alecksander ya no estaba, solo quedaba el aroma de él en la cama y el de su perfume diluido en el aire. Esta vez se quedó ahí, abrazando la almohada, incluso cuando le llevaron el desayuno. Por una parte, se sentía más tranquila porque Alecksander no parecía querer intimar con ella en las noches y eso la aliviaba. Pero lo que verdaderamente le afectaba, era no saber absolutamente nada de Leyla, se sentía deprimía a tal punto de dejar a un lado sus planes.

Todavía estaba en la cama, enrollada en sí misma, solo respirando e ignorando todas las veces que Sussy dijo que haría un gran día para tomar el té afuera.

—¿Quiere el desayuno ahora o prefiere que le prepare la tina? —le preguntó la chica, tal vez cansada de verla inerte, pero escucharon que llamaban a la puerta y ya no tuvo que contestar porque Sussy fue rápido a ver quién era.

Fue entonces que decidió levantarse y poner los pies fuera de la cama, necesitaba continuar con su vida y hacer lo posible por volver a saber de su hermana. Sussy regresó llevando una caja de regalo en las manos.

—Mire, señora, le enviaron un obsequio —le informó, bastante emocionada. 

Ella frunció el ceño, pero luego pensó en que quizás era algo que Alecksander quería darle. Eso despertó su curiosidad por lo que había adentro; sin embargo, quiso asegurarse.

—¿Quién me envía eso? —preguntó.

—El señor Alecksei, su cuñado —respondió la chica.

Regina se extrañó y recordó al lobo que había visto la tarde anterior en el bosque. ¿Sería una forma de disculparse por parecer amenazador? No le había comentado a Alecksander anoche que hablaron durante la cena, solo le había contado de su paseo y le mostró el libro. Ahora que lo pensaba, le extrañaba que no le presentara a su hermano.

—¿Quiere saber qué hay? —preguntó Sussy aún con el regalo en las manos.

—Ábrelo, por favor.

Sussy parecía completamente feliz de tener que abrirlo ella y rápidamente quitó la cinta y abrió la caja, a continuación, quitó el papel de seda y sacó un vestido rojo, parecido al que llevaba el día anterior. Regina lo miró sin saber cómo interpretar aquello porque parecía un regalo demasiado íntimo y personal, con la talla exacta que se ajustaría a su cuerpo. 

—¡Oh! ¡Es precioso! —exclamó Sussy con entusiasmo—. ¿Quiere ponérselo hoy?

—No —respondió al instante—. No. Guárdalo.

No creía apropiado usarlo sin antes comentarlo con Alecksander, porque a pesar de que ella quería irse y que un día cercano o lejano huiría, en el fondo era sumamente respetuosa de los rituales y creencias de su gente. Alecksander era su esposo, su alfa, porque habían mezclado su sangre y la marca en su cuello también lo evidenciaba, por eso primero debía asegurarse de que ese regalo no ofendía a Alecksander de ninguna manera. Era simple, una mujer casada no vestía una prenda ofrecida por un alfa que no fuera el suyo. Al menos así lo veían en su tribu, donde las costumbres estaban muy enraizadas. 

Olvidó el vestido y apenas revolvió su desayuno. Después de sus expectativas demasiado altas de sus planes, ahora volvía a sentirse abrumada y decaída. Porque, ¿Cómo se reuniría con Leyla si su padre la había entregado y traicionado vilmente? ¿Cómo lograría irse de ese lugar si los únicos fondos que poseía no le ajustaban para pagar un billete de avión, peor para sobrevivir hasta encontrar un trabajo? ¿Cómo lograría ocultarse de ese hombre alto e intimidante que ahora era su suegro y que sabía que era terriblemente poderoso? Seguramente no llegaría ni a la esquina. Los ojos se le llenaron de lágrimas al saber que de nada le servía conocer el camino hacia la salida o los puntos de vigilancia, porque era absurdo que solo corriera y ya, necesitaba dinero, necesitaba tener la seguridad de un refugio y también necesitaba a Leyla. Un par de lágrimas se escaparon de sus ojos, pero el timbre de llamada de su teléfono empezó a sonar.

Se levantó como un vendaval para recoger su teléfono en la mesita de noche y cuando vio la pantalla, toda su emoción volvió a caer en picado. La observó por un momento, sin saber si contestar o no, se limpió la cara y al final tocó el botón verde.

—Hola… —dijo, más apagada de lo que le hubiera gustado sonar. No quería que sus emociones se reflejaran en su voz.

—¿Regina? —la voz de Alecksander sonó más ronca en el teléfono—. ¿Cómo estás? ¿Descansaste? ¿Te desperté?

—No… yo, no, ya estaba despierta —carraspeó y luego se quedó callada. Escucharlo la hacía sentir más sensible.

—¿Ya llegaron las cosas? —preguntó él.

—¿Qué? ¿Cuáles cosas? —inquirió, pero justo en ese momento la puerta del salón se abrió y varias sirvientas entraron cargando bolsas de compras—. ¡Oh!, parece que están llegando —corrigió.

—Está bien… eh… —lo escuchó dudar y eso le dio curiosidad—. Compré algunas cosas para ti —Regina vio que seguían entrando con bolsas desde el pasillo, más y más bolsas—. No estoy seguro si fue una buena idea —suspiró—. ¿Sabes qué? Si no te agrada devolvemos todo y luego compras tú lo que tú quieras.

—¿Qué es? —preguntó, porque su ánimo había cambiado al escucharlo casi nervioso. Sintió deseos de verlo, de saber qué cara estaba poniendo.

—Míralo todo. Lo que no te guste simplemente lo apartas y lo devolveré, ¿te parece?

—Está bien —lo dudó un poco, pero luego preguntó—: ¿lo compraste tú? ¿lo elegiste tú?

—Sí —sonó un poco bajo en el auricular. Regina estaba sonriendo sin darse cuenta.

—Bien, lo veré ahora mismo.

—Hoy regresaré más temprano, ¿quieres que hagamos algo? —el corazón de ella dio un vuelco al escuchar la propuesta. Ahora era ella la nerviosa.

—Tal vez… un paseo estaría bien…

—Listo, entonces te veo más tarde.

La llamada terminó y ella se sentó en la cama para tomar aire. Las sensaciones que la habían recorrido solo podían ser por culpa de los instintos de su loba y de la marca que los unía. Se convenció a sí misma y riñó a su loba en silencio, pero se levantó para ver ella misma la montaña de bolsas que habían llevado. Se rio al ver a Sussy ilusionada. 

Esta vez se involucró activamente en abrir cada una de las bolsas. No parecían regalos, porque no estaban envueltos, sino solamente bolsas de compra, pero ella lo sintió como un obsequio de parte de Alecksander. Fue bueno, porque se distrajo y no volvió a sentirse triste. Sacó tantas prendas que perdió la cuenta; vestidos, pantalones, blusas, ropa de verano, piyamas, al menos media docena de abrigos, bufandas, zapatillas de gran variedad de estilos, justamente para su pie. Maquillaje, lociones, adornos para el cabello, etc. 

Estaban por terminar, porque ella abría las bolsas y Sussy acomodaba en el vestidor, cuando volvieron a tocar la puerta. 

—Señora, vienen a hacer una instalación y quieren saber su opinión —la informó Sussy cuando regresó.

—¿Instalación de qué? —preguntó extrañada y se levantó para ir a ver.

—¿Dónde ponemos el librero? —preguntó un chico que llevaba herramientas.

—¿Librero? —cuestionó impresionada. 

Unos minutos después estaba con el teléfono en la oreja nuevamente.

—Alecksander —el corazón aún le latía fuerte en el pecho, mirando cómo empezaban a montar un librero enganchado en la pared y que llevaban las cajas de libros al salón.

—¿Qué pasa? ¿Qué está mal? —respondió alarmado.

—Los libros —la voz de Regina salió temblorosa por la emoción.

—Pensé que te gustaría…

—¡Diosa! Claro que sí… yo… —no encontraba las palabras porque nunca nadie le regaló algo así. Sintió que ahora sí lloraría por tantas emociones—. Gracias, Alecksander.

—No son suficientes para llenarlo, porque quise que luego tú escogieras. Estos son los que a mí me gustaría que leyeras…

Ella jadeó. Podría lazarse a sus brazos si lo tuviera cerca.

—Son maravillosos, los leeré todos —prometió sin medir sus palabras.

—Eso espero…

Cuando al fin bajó a los jardines con Sussy, llevaba puesto un vestido blanco de los que le regaló Alecksander. Tomaría el té en una mesita de exteriores mientras leía. Era cierto que era un gran día para salir a tomar el té. No le costó concentrarse porque había tranquilizado su mente después de distraerse con las compras de Alecksander.

—Qué maravilloso saber que ahora hay una mujer en casa que se entretiene en los jardines con un buen libro…

Levantó la mirada al escuchar el comentario y se encontró con un hombre alto, de ojos grises, tan parecido a Alecksander que se quedó sin aliento. Podría jurar que se trataba de su hermano y saber que era mayor, aunque no muchos años. Pero había algo en sus rasgos, algo particular que no estaba en Alecksander. 

—Hola, ¿Regina? Soy Alecksei, el hermano de tu esposo —le tendió la mano después de presentarse—. Perdona que no me presenté antes. 

—Buenas tardes —dijo ella todavía recelosa—. Sí, me llamo Regina.

—Disculpa que te interrumpí. Pasaba por aquí y no pude evitar verte y tener curiosidad.

—No hay por qué, está bien —respondió ella con educación.

—Creo que hace más de un siglo que no había una mujer que tomara el té en el jardín mientras lee. Haces una imagen estupenda…

—¿De verdad? ¿Su esposa no baja a leer? —indagó, aunque sospechaba sin temor a equivocarse que el hermano de Alecksander estaba soltero.

El hombre bufó y luego rio.

—No tengo la suerte de mi hermano.

Regina no contestó y Alecksei dirigió la mirada hacia el bosque.

—Te ofrezco disculpas por asustarte ayer mientras dormías.

Ella no quería hablar de eso, tampoco del regalo de la mañana.

—No hay por qué —negó, completamente incómoda. 

—Mira, hablando del rey…

Regina volvió la mirada y vio a Alecksander aparecer por un costado del jardín. Se sintió salvada. Lo miró mientras caminaba hacia ellos, con un porte dominante que gritaba poder por todas partes. Pudo ver en su entrecejo que no estaba relajado.

—Hermano —saludó de forma neutra cuando llegó y luego la miró a ella, se inclinó y le dejó un beso en la mejilla que le encendió el rostro—. Corazón mío, ¿cómo estás?

Se hubiera caído si no estuviera sentada. Se obligó a parecer tranquila, aunque el corazón se le salía del pecho. 

—Bien. Viene a esperarte aquí abajo. ¿Quieres té? —fingió ser una esposa atenta, pero los labios de Alecksander se curvaron en una sonrisa.

—Me encantaría —asintió—. Mi amor, este es mi hermano, Alecksei. Supongo que ha sido amable y respetuoso contigo.

Regina puso la tetera de nuevo en la mesa, con miedo de derramar todo. Sabía que Alecksander estaba siendo posesivo con ella por algún motivo y no lo iba a delatar.

—Lo ha sido, no te preocupes.

—Le comentaba que estos jardines estaban desaprovechados sin una mujer en casa que le gustara leer —habló Alecksei poniendo un tono demasiado zalamero en su voz, que para Regina no pasó desapercibido. 

—Es inteligente —alardeó Alecksander.

—Y hermosa, además. Es difícil encontrar una mujer así en estos tiempos.

Regina lo tenía. Podría apostar a que a Alecksei le gustaba molestar a su hermano con cualquier motivo. Eso le molestó y quiso poner en su lugar a Alecksei.

—Lo es. Tengo tanta suerte de que sea mía.

El tono de Alecksander no pasó desapercibido para ella, así que se levantó para rematar el asunto y se apoyó en Alecksander.

—Gracias, cariño —dijo con una voz amorosa. Dejó que la mano de Alecksander la apresara por la cintura y la pegara a él de una forma irrefutablemente posesiva. Toda su sangre se encendió al instante y sintió la marca de su cuello palpitar.

—Bueno, creo que es hora de irme —Alecksei miró el reloj de su muñeca—. Ha sido un placer.

—Nos vemos, hermano —Alecksander se despidió y su hermano se fue. 

Regina estuvo pegada a Alecksander hasta que el otro se perdió camino a la mansión. Se alejó después.

—¿Te estaba molestando? —inquirió volviendo a tensar el entrecejo.

—No. No realmente. Me incomoda hablar con desconocidos —respondió—. No te enojes. 

—No me enojo…

—Te pusiste tenso y… posesivo. Me di cuenta de ello.

Alecksander rio un poco y se sentó en la silla vacía. Regina empujó la taza de té que había servido para él. 

—Cualquier alfa se pondría posesivo con otro alfa soltero si te tiene a ti como esposa. Eres mía, así que soy el que se pone posesivo.

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