IV - La Fuente

Le pareció maravilloso y completamente oportuno, que fuera una tarde de mucho viento, por la única y sencilla razón de que Regina llevaba el cabello suelto y se agitaba libre y salvaje. No había dejado de pensar en ella todo el día. Con cada uno de sus movimientos la tuvo presente en su mente, porque no podía encontrar una forma en la que ella no fuese la mujer perfecta para él. Tal vez estaba alucinado por tener una esposa bella y joven que despertaba en él los instintos naturales de un macho alfa protector, pero no le importaba, porque al final de cuentas, aunque no la haya elegido él, al menos no era una frívola, falsa y codiciosa mujer como las que tanto lo perseguían y de las que ya estaba tan cansado.

Regina era algo nuevo, alguien que le gustaba para mantener a su lado, para ser una compañera y un refugio. Sentirse así de afortunado hacía que no pudiera sacarla de su mente y quería saber absolutamente todo de ella. Pero habían bajado en silencio, Regina parecía absorta en sus pensamientos, mirando todo con unos ojos observadores, como le dijo Víctor antes. Él solo la observó hasta que llegaron a los jardines, con su vestido ligero y unas zapatillas blancas. Por suerte era verano y la tibieza del aire no la enfermaría, pero debía advertirle de los inviernos crueles que los azotaban, porque tal vez en su hogar el clima era cálido todo el tiempo. Le preguntaría primero sobre su casa, su antigua casa.

—¿Por qué Lina no vive aquí? —ella habló primero, sin mirarlo, observando las altísimas paredes de la mansión, luego se tensó y vio sus mejillas enrojecer otra vez—. Lo siento, no debo ser entrometida —cambió la mirada hacia los jardines.

—No eres entrometida, en algún momento te enterarías de todos nuestros asuntos familiares —se encogió de hombros y siguió caminando junto a ella, sin prestar atención en el camino—. La verdad es que Lina es indomable y mi padre odia eso con todas sus fuerzas. Por otra parte, Lina es su hija consentida, su niña, la razón de su vida, así que, antes de que ella lo odie por restringirla, prefiere tenerla lejos y solo saber a medias todos los líos en los que se mete. Pero eso es bueno para ella, le ha ayudado a madurar desde que se fue de la casa.

—Me dijo que va a la universidad y que vive cerca del campus —continuó y él asintió, aunque no se molestara en mirarlo.

—Sí, lo hace. ¿Tú ibas a la universidad?

—No. Pero iría el año que viene —ella miró por primera vez el camino adoquinado por el que iban desde que iniciaron el paseo. Alecksander hizo una nota metal para iniciar el trámite para su ingreso a la universidad luego de que estuvieran listos los documentos con el nuevo apellido de Regina.

—¿Y qué estudiarías? —inició su interrogatorio porque ella parecía alejada de nuevo.

—Biología.

—Te gusta la ciencia…

—Sí.

—¿Qué más te gusta, Regina? ¿Qué es lo que más te gusta? —fue a la pregunta que más le interesaba porque quería complacerla de alguna de manera. Lo que ella dijera, él se lo daría.

Sorpresivamente, ella se detuvo y pensó, luego levantó la mirada hacia él y lo miró directo a los ojos.

—Me gustan muchas cosas, pero lo que más me gusta son los libros. Me gusta mucho leer, me gustan muchos las historias.

Por primera vez, Alecksander vio los ojos de Regina iluminarse y le parecieron tan hermosos y soñadores que sonrió.

—Soy una persona aburrida —ella continuó caminando y Alecksander la siguió—. Me gustan las cosas que a la mayoría no le gustan, y a veces me desagradan las cosas que a los otros les gusta.

—No creo que seas aburrida, por el contrario, creo que las personas que leen son las personas más interesantes de este mundo. Siempre tienen algo que contar —opinó él de forma sincera.

—Los demás chicos de mi tribu no pensaban igual, porque yo prefería quedarme leyendo siempre.

—¿De verdad? Supongo que querían irse de fiesta, ¿tú no? —indagó.

—La mayor parte de veces no —dijo ella y luego se colocó el pelo detrás de la oreja.

—¿No te gusta bailar? —le preguntó sin esconder su curiosidad.

—Eh, más bien no me gustan los lugares ruidosos, como las discotecas.

—Te entiendo. ¿Pero bailar sí?

—Sí. De niña quería ser bailarina.

Las cejas de Alecksander se elevaron con asombro por ese dato tan entrañable y bonito que ella le había dado. Quiso imaginarla siendo una niña, bailando, dando vueltas por un salón vacío. Era tan bonita. Aunque nunca le gustaron mucho los bailes de la alta sociedad, quiso saber cuál era el más próximo, llevarla con él y sacarla a bailar.

—¡Oh! —ella exclamó cuando llegaron a la fuente del centro del jardín. Estaba empezando a oscurecer, así que las luces artificiales de color le daban al agua tonos pintorescos.

—¿Te gusta aquí, Regina? —volvió a preguntarle.

—No —respondió ella sin dudar y Alecksander volvió a reírse. Lo hermoso fue escuchar la risa de ella también—. Quiero decir, el jardín es hermoso y la fuente es espectacular, pero…

—Lo sé, lo sé, hermosa Regina —le dijo sin esperar a que continuara, ella bajó la mirada de nuevo y se acercó a la fuente.

Era un círculo grande, con chorros de agua que salían de las orillas y hacían un arco de colores hasta el centro, pero ahí había una escultura de una mujer que parecía correr descalza sobre el agua y el cabello rebelde que parecía ser agitado por el viento gracias a la técnica maravillosa del artista. Alecksander se acercó y la encontró leyendo la inscripción.

“En memoria de Rose. Agosto, 1722”.

—¿Cuántos años tiene esta mansión? —Ella le preguntó.

—Demasiados —contestó él—. Ya era antigua cuando esta fuente se construyó. Pero descuida, ha sido restaurada y los cimientos están es su sitio. 

—¿Quién era Rose? —ahora ella hacía las preguntas—. ¿Fue familiar tuyo?

—Ella fue la esposa de un antepasado lobo negro —le contó Alecksander y ella lo observó, escuchando muy interesada—. La historia dice que murió antes de que pudiera darle hijos y el alfa casi enloqueció en su luto. La amaba fervientemente. Luego la guerra se desató y él murió en batalla antes de hacer nuevas nupcias. Pero mandó a construir esta fuente en su honor y de esa forma la inmortalizó. 

—¿Qué pasó con la línea de sucesión? —indagó Regina.

—El derecho de sucesión era del hermano, por supuesto —respondió—. Él sí tuvo descendencia, algo así como tatarabuelo de mi padre. Es demasiado para saberlo con exactitud. 

—¿Quién tiene el derecho después de ti? —le preguntó, pero luego volvió a sonrojarse, pensado que era una pregunta inapropiada.

—Lina —dijo sin que le importara porque eran cosas que Regina debía saber—. Mi hermana es una loba negra, pero es una omega, así que ella debe casarse con un alfa que sea un lobo negro, para que, en caso de que yo no tenga descendencia, sea su hijo mayor el que herede al cargo.

—Es bastante complicado…

—Lo es. Prácticamente estoy obligado a esto, porque Lina hará todo menos lo que mi padre le diga. Por otra parte está Alecksei, mi hermano mayor, está manchado y las tribus jamás lo van a aceptar por ese hecho.

—Pero si él está manchado… tú y Lina…

—No somos hijos de la misma madre —respondió a la pregunta que ella no hizo—. La primera esposa de mi padre era una loba negra, pero su linaje estaba manchado. No le dijeron a mi abuelo antes de que ellos contrajeran nupcias. Nació Alecksei y cuando se transformó… fue un desastre. Ella se suicidó con veneno meses después. 

—¡Oh, mi diosa! —exclamó Regina.

—Luego llegó mi madre y mi padre se enamoró de ella incluso antes de que los comprometieran. Mi abuelo quería hacer demasiadas investigaciones, pero al final accedió. Llegué yo, no como primogénito, pero sí como la esperanza de la tribu. Soy un lobo negro impecable. Lina también lo es, pero querían otro varón. Así que yo tenía siete cuando mi madre estuvo encinta por tercera vez, lo perdió y nosotros la perdimos en el proceso también.

—Lo siento mucho —ella dijo conmovida, con la mano en el pecho.

—Mi padre nunca encontró otra compañera. Así que todo el peso cayó en mí —se encogió de hombros—. Lo siento por arrastrarte a esto —Regina desvió la mirada hacia el agua colorida y no respondió—. Vamos adentro, hay que cenar. 

***

La cena les fue servida en privado. Alecksander le explicó que solo cenaban en el comedor principal cuando había acontecimientos especiales o algún invitado. Sin embargo, seguían la tradición de cenar en familia la noche antes de la luna llena, todos los ciclos lunares, sin excepción. Así que cuando regresaron a la habitación, un par de sirvientas estaban terminando de poner la mesa en el salón de los aposentos de Alecksander. 

Regina se sentó frente al alfa realmente hambrienta. Les sirvieron un manjar exuberante, un banquete abundante y exquisito y ella comió a pesar de todos sus pensamientos y preocupaciones. Lo primero que hizo fue recrear en su mente el camino hasta la salida y luego preocuparse por su hermana, aunque al final fue distraída por la mirada dominante de Alecksander que no dejaba de verla. No hablaron mucho y luego Alecksander se metió en su estudio y ella salió al balcón a revolcarse en su miseria a la luz de la luna.

—¿Tengo que dormir siempre aquí? —le preguntó después de sentarse en la cama con su piyama de ositos puesta. Alecksander estaba sin camisa, con el edredón cubriendo sus piernas y tecleando en el teléfono. Dejó de hacerlo para verla.

—Claro que sí, ¿dónde más? —preguntó como si fuera lógico.

—En el sofá —propuso ella haciendo un gesto hacia el salón.

—No, Regina —Alecksander se mostró alarmado—. Eres mi esposa, compartiremos la cama hasta el final de nuestros días —luego hizo un gesto de impotencia—. Escucha, no quiero abrir un abismo entre tú y yo desde ahora. Si te doy otra habitación, si te doy otra cama, y si luego te dejo cenando sola cada noche, entonces no seré nada nunca para ti. No quiero una vida así, ni quiero un destino así para mi compañera.

Ella asintió porque sentía que no le quedaba de otra, de todos modos, pronto lograría armar un plan y se iría, huiría lejos y esperaría que nadie la encontrara nunca.

—No quiero que estés triste —dijo Alecksander luego de que ella se metiera en la cama y se hiciera un ovillo en la orilla.

No contestó nada porque de nuevo tenía un nudo en la garganta, y si hablaba, entonces se  rompería a llorar. 

Alecksander apagó las luces poco después y la habitación se quedó iluminada únicamente por la luz que se filtraba a través de las cortinas cerradas. Por un buen rato tuvo miedo de sentir de pronto las manos de Alecksander en su cuerpo, de que se acercara reclamando su derecho de marido y que ella tuviera que permitirlo, pero no sucedió y aunque no podía quedarse dormida, escuchó la respiración tranquila y acompasada del alfa ya sumido en sueños.

***

Fue el aroma de un perfume exquisito la que la despertó. Abrió los ojos y la claridad en la habitación era tenue, apenas la luz de un sol que todavía no termina de salir. Supo que aún era muy temprano en la mañana, pero distinguió la figura de Alecksander anudando su corbata frente a un espejo. Estaba bien peinado y lucía elegante y refinado. Dejó los ojos abiertos y se giró en la cama boca arriba.

—Sigue durmiendo, es demasiado temprano aún —le dijo Alecksander y luego tomó la chaqueta de una silla. 

—¿Tan temprano te vas? —le preguntó con curiosidad. Además, quería saber para dónde iba vestido como el más alto ejecutivo de una gran compañía.

Él se acercó mientras se acomodaba la chaqueta y Regina quiso cubrirse la cara con el edredón porque seguramente tenía legañas y los ojos hinchados, además, se estaba sonrojando por lo apuesto que se veía vestido así.

—A veces tengo que acompañar a mi padre a las reuniones de negocios —le explicó—. Hoy es uno de esos días. Luego me voy a la universidad, haré otras cosas por la tarde, pero estaré aquí para cenar contigo.

Así que se iba todo el día. Lo pensó y se dio cuenta de que era lunes y llegó a la conclusión de que seguramente esa era la rutina de todos los días. Se quedaría sola en la cima de la torre más alta…

—¿Puedo bajar al jardín? —le preguntó tomando el valor.

Él frunció el ceño.

—Por supuesto, Regina —su tono la hizo sentir como una niña—. Puedes pasear todo lo que quieras, pero no vayas muy profundo en el bosque, hay bestias peligrosas con las que no podrías ni siquiera convertida, además puedes perderte si pierdes el rastro.

Ella pensaba en los jardines, pero explorar los alrededores sería estupendo.

—No iré profundo en el bosque —prometió.

Alecksander asintió y luego suspiró.

—Entonces nos vemos más tarde. Sabes que puedes llamar si necesitas algo… o si solo quieres hablar.

—Lo sé —respondió, pero con la convicción de que no llamaría. 

Alecksander la miró un par de segundos más, ahí acostada en la cama, con el pelo revuelto seguramente. Empezó a avergonzarse, pero él se dio la vuelta y se fue. 

Se giró hacia el centro de la cama ahora que estaba sola y cerró los ojos para intentar dormir otro rato, pero cuando tomó aire profundamente, el aroma de Alecksander ser filtró fuerte por sus fosas nasales, e hizo que se estremeciera de puro placer. Espantada por su reacción, se tiró de la cama de inmediato, recriminando y culpando a su loba por semejante desliz. 

No volvió a dormir, así que mejor se preparó para el día. Lo primero que hizo, después de ducharse y arreglarse, fue revisar el teléfono, pero vio con tristeza que no tenía ninguna respuesta de Leyla. Intentó de nuevo y fue lo mismo que el día anterior. El estómago se le revolvía al pensar que podía haberle pasado algo.

Aprovechó la mañana para husmear en el estudio de Alecksander. No tenía echado el seguro, así que no se culpó por entrar sin permiso. Cuando estuvo adentro y observó, se sorprendió de lo bien ordenado y limpio que estaba todo. Cada cosa en su lugar y en perfecta armonía; le daba vergüenza pensar en su escritorio en casa, destartalado y con la última taza de café aún sucia olvidada desde el día anterior. Ahí, sobre el escritorio, había una computadora cerrada, tres libros apilados por tamaño y un lapicero a la diestra. Lo que más llamó su atención fue el estante lleno de libros enfrente. Leyó cada título, en su mayoría de ingeniería, pero había otros de política, de historia, de economía y sobre el poder. Le asombró saber que Alecksander era un hombre que se preocupaba por cultivar su mente. Al final, casi cuando ya perdía el interés, encontró una novela de la postguerra, de un escritor del que había leído un par de reseñas. Lo tomó y luego salió.

Mató las primeras horas del día leyendo, pero después del té decidió salir y continuar con su propósito: daría un paseo por los predios.

Deambuló al rededor de la mansión, hacía notas mentales cuando miraba hombres que parecían ser parte de la seguridad. Necesitaba asegurarse de sus puestos, de sus rutinas y de sus rotaciones. Se acercó a la salida asfaltada que atravesaba el bosque, buscando alguna señal de cámaras de seguridad. Luego, cuando ya estuvo cansada, vagó lentamente por las orillas del bosque, escuchando los pájaros cantar y el sonido de las hojas cuando el viento corría. Encontró un árbol frondoso que daba sombra justo sobre la línea del bosque y el césped muy bien cortado de los jardines laterales. Se tumbó ahí, con el pelo esparcido y continuó la lectura del libro.

No supo en qué momento se quedó dormida, pero fueron los instintos de su loba los que la despertaron. Se irguió asustada, y cuando buscó con su mirada en estado de alerta, se topó con un enorme lobo negro que la miraba desde el bosque. Por un pequeño instante creyó que se trata de Alecksander transformado, pero se percató de que los ojos lobunos que la veían no eran verdes, sino que grises, y que en el centro del pecho, debajo de unas temibles fauces, había una mancha de pelo blanco. 

No se movió a pesar de que tuvo miedo, sino que le sostuvo la mirada, atenta a la posibilidad de transformarse rápidamente si amenazaba con acercarse. Pero el lobo no se mostró más agresivo de lo que ya se veía por naturaleza, la miró por unos segundos más y luego se echó a correr, lejos, hacia el interior del bosque.

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