Se debatió por un segundo en irse corriendo de la escena más humillante de su vida, pero sus ojos se cruzaron por debajo de la gorra con los fríos y penetrantes de Henry y supo, que muchas opciones no le quedaban.
Tenía que haber asesinado a ese malnacido cuando lo tuvo en sus manos.
Albert se acercó sudando más que un cerdo en un horno y tomó una libretita que le pasó una de las secretarias.
La atmósfera estaba como en pausa y con la vestimenta, y la gorra, aun la mayoría no lo había reconocido como el jefe al cual le reían todas las gracias, hasta hace a penas unos días.
— ¡Quítate la gorra, es una falta de respeto que un empleado esté así delante de sus superiores y del director!
— ¡Solo te faltan unos lentes oscuros para parecer un maleante! - uno de los directivos lo requirió.
Con palidez, Albert se retiró la gorra y quedó ante la mirada asombrada de todos los presentes.
— Ah, tío, pero si eras tú – Henry le dijo burlón
— Caballeros, estamos haciendo un experimento socia