A la mañana siguiente, después de levantarse, Elena miró el chupón rojo en su cuello y le lanzó una mirada bastante molesta a Silvio: —¡¿Cómo puedo salir con esta cosa en el cuello?!
Silvio, sonriendo, sacó rápidamente una bufanda de su maleta y se la puso: —¡Así está mucho mejor!
Al ver que él no se daba cuenta de su error, Elena refunfuñó. Después, al bajar las escaleras y pasar por la recepción, no olvidó decirle a la recepcionista: —Cuando haya una habitación libre, por favor apártenla para ella.
La recepcionista miró de reojo a Silvio y aceptó sonriendo: —Claro. Pero, todas están ya reservadas por varios días. Si algún huésped cambia de planes y se va antes, le apartare con mucho gusto una habitación.
Silvio, que la seguía, la observó detenidamente con una leve sonrisa y sin hacer ningún comentario.
Pero al salir del hotel, Elena le lanzó otra mirada furiosa. Silvio, preguntándose a sí mismo que había pasado le preguntó: —¿Qué es lo que pasa? ¿Qué hice ahora? ¡No he hecho nada!
El