Capítulo 90
El aroma del café fresco se extendía por la cocina mientras Augusto, con la camisa remangada hasta los codos, movía la tetera sobre la estufa de leña con calma. El suave sonido de la leña crepitando solo era roto por los primeros cantos de los pájaros al amanecer.
La puerta de la cocina crujió y una señora de mediana edad, con un delantal floreado y un moño apretado, entró apresuradamente.
— Señor, ¡me retrasé un poco, lo siento! — dijo, visiblemente sin aliento.
Augusto miró por encima del hombro y sonrió con simpatía.
— No hay problema. Aquí esto es una hacienda, no un cuartel. Y quédese tranquila, me verá siempre así, haciendo café, moviendo ollas... o a mi esposa, que es aún mejor en esto que yo.
La mujer sonrió, visiblemente aliviada, y solo asintió con un leve movimiento de cabeza. Antes de que pudieran continuar la conversación, el sonido de hélices comenzó a resonar a lo lejos. Ambos miraron por la ventana, intrigados.
— ¿Es un helicóptero? — preguntó ella, fruncie