Pía no podía creer que Isabella quisiera engañar así a su propio hijo, pero lo que más la lastimaba era que estaba funcionando, pues la mano de Adam comenzaba a ser gentil.
—¿Sofía? —preguntó Adam somnoliento y ebrio—. Sofía… No me vuelvas a dejar, no me abandones, cásate conmigo.
Tomó a Pía del rostro con ambas manos y la besó con tanta intensidad que ella comenzó a llorar. Ningún beso había sido tan cargado de sentimiento como ese que le daba creyendo que era Sofía. Podía degustar su anhelo, su melancolía y la esperanza de haber encontrado de nuevo al amor que creyó perdido.
Isabella salió de la habitación con la frente en alto y sintiéndose orgullosa, creyendo haber acabado con su trabajo. Creía que le hacía un favor a su hijo cuando solo estaba gustosa de