—Los ojos en mí —el retumbó que resonó a través de su núcleo.
Ella trató de retroceder, pero él la agarró por los muslos, los abrió y se sumergió. Su lengua salió disparada y le secó la humedad. Ella jadeó. Su cuerpo reaccionó fuertemente a la sensación extraña.
—Lennox —ella respiró, intentando alejarlo, pero él la agarró por las muñecas y tiró de ella más cerca para que su rostro quedara enterrado entre sus pliegues.
Sus ojos se cerraron de golpe al sentir sus labios, su respiración caliente y entrecortada, su lengua húmeda y su boca hábil.
Su cuerpo se estremeció. Sus muslos se apretaron, hundiéndolo.
Le agarró las muñecas con una mano y con la otra le abrió más las piernas.
Su mano tatuada se destacó sobre su piel blanca y cremosa.
Sus caninos acariciaron su piel sensible y ella dejó escapar un gemido de miedo mezclado con un deseo crudo que había envuelto su cuerpo en sus garras. Su loba se estaba volviendo loca, luchando por acercarse y mirarlo a su antojo.
Sus labios recorriero