[ARI]
El alcohol que ingerí anoche de cierto modo supo nublar mis sentidos. La verdad no sabía que era alcohol, pero ¡Puff! Era un bar, claro que era alcohol.
Llevo mi brazo a mi frente al sentir como el sol golpea incesante en mi rostro y desata un exasperante pitido en mi cabeza, muy parecido a un ¡Piiiiii! Que no se detiene con nada. Los párpados me pesan, mi cuerpo se siente caliente y cansado; aún así, y contrario a todo pronóstico, me siento extrañamente relajada y tranquila; además, al tratar de alcanzar mi teléfono para ver la hora, me doy cuenta de que el espacio en mi cama se ha agrandado.
Es como si… fuera el doble de su tamaño normal.
Y ahora que lo pienso… ¿Por qué mi brazo tiene un escandaloso olor a loción de hombre…
Esto no es…
Me renuevo un poco en la cama, siempre sin poder abrir los ojos y más preguntas surgen en mi maltrecha mente… ¿por qué siento mis piernas hechas unas gelatinas? ¿Por qué siento mis senos un poco duros? ¡¿Por qué estoy jodidamente desnuda?!
De acuerdo, esto no es normal porque…
—¿Y si terminamos la noche y después cada quien toma su camino?.
¡Joder! Yo no…
Abro los ojos de golpe, dejando entrar la luz por mis párpados a mis frágiles ojos, lo que provoca que mi cabeza duela horrores y mi corazón lata todavía más desesperado. En especial, cuando detallo con atención el lugar y me doy cuenta de que no estoy en mi habitación.
Lo primero que noto son las hermosas y enormes cortinas celestes que cubren apenas la mitad de un precioso balcón con vista a la ciudad, lo segundo que veo es la mesa de centro que está enfrente adornada con un precioso florero artesanal y seguido de ello, lo que creo que es la puerta del cuarto de baño. Todo es demasiado elegante; la habitación está en silencio y es bastante tranquila.
Cosa que yo no.
¡¿Qué estupidez hice ahora?!
Como si mi conciencia tuviera la necesidad de responder a esas preguntas, varias imágenes llegan a mi cabeza como fuertes latigazos, que solo hacen que me replantee la posibilidad de cambiarme el rostro, el nombre y comenzar de cero en otra ciudad.
Recuerdo su sonrisa, sus manos yendo lento por mis piernas a medida que acaricia mis muslos con las almohadillas de sus dedos y llegan a la orilla de mi braga, para luego acomodar su cuerpo sobre el mío y… ¡Oh, rayos!
—Quema… mi vientre se quema, estoy húmeda y...
—Iré despacio…
—No, solo hazlo.
—¿Segura que quieres esto?.
—Segura…
—Podemos parar y…
—No quiero que pares… no ahora.
¡Joder! ¡Joder! ¡JODER!
¡¿En qué mundo se me ocurrió?!
Y lo peor de todo, no recordaba ni siquiera su nombre, cuantimás su rostro. Lo único que podía recordar eran sus ojos, esos ojos con los que soñé toda la noche, que aparecen cada vez que cierro mis ojos, y que me miraron con tanta atención y hasta cierta ternura, mientras encajaba su cuerpo al mío y me hacía mover las caderas a su ritmo, entretanto yo hacía ruidos que jamás creí que saldrían de mi boca, como… bueno, eso… ¿Cómo decirlo sin que suene patético? ¿Como una tierna gatita en celo?.
¡Rayos! Esto no puede estar pasando.
Sí, bueno, así de ridícula me sentía.
¡Joder! ¡¿Por qué rayos le hice caso a Elena?! De verdad tenía que estar desesperada por no parecer tan inocente o patética a su lado.
¡Me estaba odiando ahora mismo por seguirle la corriente!.
Sin embargo, a pesar de que yo no recordaba nada, mi cuerpo sí parecía hacerlo, pues al correr la sábana me di cuenta de los estragos que había sufrido la noche anterior.
Todavía me sentía caliente, tenía mis senos firmes y erectos, mi cuello estaba lleno de chupetes o, bueno… ¿Como diría Joan Sebastián? ¡Ah, sí! Tatuajes de sus besos llevo en todo mi cuerpo.
Genial.
Ya no sabía si reír o llorar.
No había número de teléfono, no había nota que dijera siquiera si había pagado el cuarto de hotel o tendría que salir a escondidas por el ducto de la ropa sucia, o en el peor de los casos, el ducto de la basura; tampoco había un indicio de su presencia en el cuarto; más que su perfume, las sensaciones que me había dejado y que todavía seguían latentes en mi piel, y los recuerdos borrosos de la que sería mi desastrosa primera vez.
Me puse de pie y fui al baño. Me sorprendió ver que en el cesto de basura habían dos preservativos usados, y sí, eso también era algo que, sin duda, me hacía darme bofetadas mentales por idiota.
¿Cómo pude ceder así de fácil?
Una cosa era segura, no era gay, y cada fibra temblorosa de mi cuerpo fue testigo de ello.
Bueno, sí me sentía una tonta, si quería meter la cabeza en un agujero —de preferencia negro —y si, me estaba comenzando a arrepentir. Sin embargo, decidí no hacerlo. Al final de cuentas, de algo estaba más que segura.
Al tipo con el que había perdido mi flor…
No lo volvería a ver.
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—Fui a una Burger King con mis padres, no sabía qué había una en ese pueblo tan pequeño, pero ya ves que Scot es un tonto curioso, y en una visita rápida que le dio al pueblo apenas llegamos, se aprendió todos los negocios que ahí había. El bobo tiene buena memoria, lo tengo que aceptar aunque me cueste, o sea, digo, es mi hermano, y aunque el pueblo era pequeño, yo si me hubiera perdido porque iba pendiente en mi móvil esperando que Travis me llamara y… ¿Todo bien?
Mi mejor amiga se detiene al ver que ni siquiera he volteado a verla.
Dejo quietas mis manos sobre mi regazo, y la veo como quien no quiebra un plato.
Al instante, ella se percata.
—¿Qué hiciste, Ariana Taylor?
Muerdo los labios y apartó la mirada hacia una maceta, que está al pie de la banca de madera en la que estamos sentadas. Siempre almorzamos aquí, a unas cuadras del restaurante en el que trabajo.
—Bueno, no es algo que haya hecho en si yo sola…
—¡Ay, no! No me digas que Elena…
—¡No! —la detengo presurosa, pero ella enmarca una ceja y sé que tengo que comenzar a hablar. Aquí voy —. Bueno, sí tuvo que ver… un poco.
—No me digas que te volvió a cantar la de "Feliz Cumpleaños, Bastarda" en frente de sus conocidos.
Ya había olvidado eso.
—No, bueno sí…
—¿Y de nuevo le colocó gusanos a tu tarta?
—No, eso lo hacía cuando era pequeña, todavía creía que era humana y no le daban miedo los bichos con tal de fastidiarme.
Asintió.
—¿Entonces? ¿Volvió a pedirle a tu padre que te desheredara?.
Reí bajito, secando las palmas de mis manos en mi gabacha de color café.
—Eso lo hace todos los días con ayuda de Rávena.
También se rió.
—¿Entonces? Piensas mucho y ¡Vamos! Se suponía que ya no había nada que Elena hiciera que nos sorprendiera.
—Bueno, no… en realidad esta vez sí fue mi culpa. Al menos una parte.
—¿Tú culpa? ¡Espera! Dime por favor que le hiciste algo realmente vergonzoso a esa víbora.
Parecía emocionada.
Sonreí entre negaciones.