Se quedaron así un momento. Su mano en la de ella, sus ojos fijos, el aire lleno de tensión. Había miedo, ira, y algo más que Eden no quería nombrar.
De pronto, Iwaeka levantó la cabeza. Sus narices se movieron. “¿Hueles eso?”
Eden respiró… y se arrepintió al instante. El aire olía mal: hierbas quemadas, flores podridas, como si la magia se hubiera echado a perder.
“Bruja”, gruñó Iwaeka, soltando su muñeca. “Corre. Ahora.”
“No entiendo—”
“¡Corre!”
Pero ya era tarde.
El ataque vino de los árboles. Una figura cayó del cielo, rápida como un animal. Eden vio una túnica gris y una máscara antes de que algo la golpeara en el pecho y la tirara al suelo.
Oyó a Iwaeka rugir, oyó la pelea, pero todo le daba vueltas. Lo que la había golpeado ardía, como ácido en sus venas.
Veneno, pensó una parte de su mente. Veneno de bruja.
Trató de levantarse, pero sus brazos no le respondían. La figura con túnica gris avanzaba hacia Iwaeka, que ya no era del todo humano. Tenía pelo de lobo, garras y dientes