El punto de vista de Sofía
Podía sentir el odio de mi hermano hacia mí, así que decidí desaparecer, ir a algún lugar donde nunca pudieran encontrarme de nuevo.
—¿Ha tomado su decisión, señorita Vásquez? Una vez que firme el contrato, debe entender que su vida... le pertenecerá al Grupo Morales. Renunciar después no será una opción.
—Soy consciente de ello —respondí, con voz tranquila y firme.
Hubo una pausa al otro lado de la línea, luego percibí una tenue sonrisa en la voz del hombre.
—Entonces, bienvenida señorita Vásquez. El Grupo Morales la espera.
Tan pronto como la llamada terminó, reservé un ferry de ida hacia México. Con salida en una semana exactamente.
Una semana. Sería tiempo suficiente para poner todo en orden, atar cabos sueltos y cortar el vínculo entre mis hermanos y yo... para siempre.
Dudé, quizás un segundo, y luego marqué el número de Carlos, pero no obtuve respuesta. No es que esperara una.
El siguiente, fue Luis. Siempre había sido el más distante de los tres, pero, al menos, era lo suficientemente educado como para fingir que no me odiaba.
Contestó después de cinco timbres.
—¿Qué quieres?
—Mañana es Nochebuena —dije—. Pensé que quizás hoy, si no estás ocupado, podríamos reunirnos.
Ya sabía que estaban ocupados; llevarían a Valentina a algún resort de lujo, como lo habían hecho cada año desde que apareció en mi decimosexto cumpleaños y puso nuestra familia patas arriba.
Luis no habló por un largo rato.
—Tengo todo listo, solo tienen que presentarse. Incluso, hice el pastel de crema favorito de Valentina.
El desprecio en su voz fue instantáneo.
—Tienes mucho valor para mencionarla. ¿Después de todo lo que le has hecho pasar? Todavía está en el hospital, tienen un tobillo torcido, fiebre...
Claro, la piscina. Valentina se había caído, y, como yo era quien estaba más cerca, los tres asumieron que la había empujado, incluso, después de que tanto Valentina como yo, les dijimos que no había sido así.
Ignoré su acusación.
—Entonces llevaré el pastel al hospital. No hay problema.
Nunca había extendido una oferta como esa antes. Normalmente, habría colgado en cuanto me mencionaran «lo que le había hecho pasar». Pero esa vez fue diferente porque me iba. Y, antes de desaparecer para siempre, necesitaba una despedida apropiada, aunque fuera solo para mí.
Una voz débil llegó a través del receptor, era Valentina.
—¿Es Sofía? Escuché algo sobre un pastel...
—Te hizo uno —dijo Luis con rigidez—. Dice que es tu favorito.
—Ay, qué lindo. Sofía siempre hace los mejores pasteles —comentó Valentina, sonaba como una niña emocionada en Navidad.
—Puedo pasar llevando el pastel, si quieres —dije, suavemente.
Luis no dijo que sí, pero tampoco dijo que no. Tomé el silencio como su luz verde y colgué.
Paré un taxi, fui directamente a mi apartamento y recogí el pastel de crema que había hecho esa mañana. Lo empaqué cuidadosamente y lo até con una cinta roja brillante.
Para cuando llegué al hospital, eran poco más de las seis. La suite de Valentina parecía más un hotel de lujo que una habitación para un paciente, con cocina incluida y un rincón para comer. Pero solo cuatro sillas.
Ya sabía cuál no sería para mí.
El rostro de Valentina se iluminó cuando vio el pastel, incluso insistió en poner una vela en el centro y pedir un deseo antes de apagarla. Luego cortó una rebanada, dio un bocado, y toda su cara se iluminó como un amanecer.
—¡Qué dulce! ¡Qué perfecto! —exclamó radiante.
Sonreí, pero no dije una palabra. Solo me corté una pequeña porción de pastel, tomé un tenedor y me dirigí al sofá.
—Comeré aquí.
Diego me lanzó una mirada lo suficientemente afilada como para hacerme sangrar.
—Alguien conoce su lugar.
Carlos parpadeó, sorprendido, por medio segundo, luego volvió a preocuparse por Valentina.
—Escuché que Francia es especialmente hermosa durante la Navidad —gorjeó, cortando otro trozo de pastel—. ¿Y si todos vamos una vez que salga del hospital?
Carlos se rio, pasando una mano por su cabello.
—Iremos a donde tú quieras.
Valentina se volvió hacia mí con sus ojos grandes y esperanzados.
—¿Sofía? ¿Vendrás con nosotros?
Mi agarre en el plato se tensó. Estaba tan nerviosa que mis manos temblaban y casi dejé caer el pastel al suelo.
—Probablemente no. Me iré pronto porque tengo que... probar algunos productos nuevos.
—¿Productos nuevos? —resopló Diego—. Trabajas hasta en las vacaciones. Supongo que deberíamos darte una medalla o algo así.
—Solo pensé que...
—Está bien —me interrumpió Carlos con voz cortante—. Podría ser mejor si Sofía se mantiene alejada un tiempo. No queremos que Valentina sea empujada a otra piscina.
El aire se enfrió.
Ellos no sabían que ese pequeño «viaje» que haría, era permanente, que me iría en una semana, sin dirección de retorno y sin intención de mirar atrás.
—Bueno, si te vas —dijo Carlos fríamente, volviendo hacia su plato—, ¿te importa si Valentina se muda a tu antigua habitación en la mansión?
Lo miré fijamente, no había afecto en esa mirada, solo formalidad, como si estuviera hablando con una extraña.
Diego intervino de nuevo, con los ojos brillantes.
—Siempre fue mezquina sobre compartir su habitación con Valentina.
—Está bien —respondí—. Puede tenerla, sacaré mis cosas mañana.
Los tres hermanos me miraron entonces, parecía como si me hubiera crecido una segunda cabeza.
Porque nunca había estado de acuerdo antes, ni una sola vez. Y habían estado resentidos por ello. Si Valentina no podía tener mi habitación, su niña dorada tenía que conformarse con la suite de invitados.
Carlos entrecerró los ojos.
—No aceptes cosas si cambiarás de opinión más tarde, Sofía.
—No lo haré —dije en voz baja—. Solo he llegado a aceptar algunas cosas. Es mejor si Valentina toma mi habitación. Así, todos pueden cuidarla adecuadamente.
Los labios de Carlos se curvaron en una sonrisa helada, Diego puso los ojos en blanco y Luis permaneció en silencio, mirando fijamente su tenedor sin tocar.
El resto de la noche pasó como un borrón.
Cuando Valentina anunció que estaba cansada, fue mi señal, recogí mi bolso, me levanté y les di una última mirada.
Por un segundo, solo uno, sentí que la tristeza que había estado conteniendo durante años se abría dentro de mí. Una vez, había pertenecido aquí, había sido apreciada, amada y sostenida.
Ahora, solo era una invitada, una que se había quedado más tiempo del debido.
—Adiós —me despedí.
Ninguno de ellos respondió.