POV Alex
Ya estábamos en la habitación.
Cecil yacía en la cama con nuestra bebé en brazos, su pecho subiendo y bajando con un ritmo pausado, agotado pero en paz. No podía dejar de mirarla.
Tenía el cabello pegado a la frente, algunos mechones todavía húmedos por el sudor, pero para mí, se veía hermosa, más hermosa de lo que jamás la había visto. Con el rostro cansado, las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes, sosteniendo esa diminuta vida contra su pecho.
Yo estaba sentado a su lado, con la mirada fija en ellos. Nuestra hija dormía en sus brazos, con los puñitos cerrados y la boca apenas entreabierta, soltando suspiros minúsculos, perfectos.
El latido en mi pecho seguía desbocado, todavía sin poder creer que era real. Que ese pequeño milagro era nuestro.
De repente, la puerta se abrió.
Me incorporé un poco, imaginando que serían mis padres o quizás los de Cecil. Pero no eran ellos.
En su lugar, un desfile de enfermeras entró una tras otra, cargando arreglos de flores tan grand