ELIZABETH REED
No sabía si me estaba autoengañando, pero la incertidumbre me carcomía. De pronto escuché el portón abriéndose y un auto acercándose. Acomodé todos los papeles, ansiosa por regresarlos a su lugar, cuando uno escapó de mis manos. Al levantarlo me di cuenta de que era una factura de una cuenta bancaria en Suiza. El depósito era elevado y estaba a nombre de Estela. Me revolvió el estómago, ¿era el pago que Finn estaba recibiendo por hacer todo esto?
Me sentí mareada, me faltaba el aire y esas punzadas de dolor y desconfianza se volvían cada vez más molestas. ¿Finn era capaz de traicionarme de esa forma por dinero? Era mucho, ¿a quién no lo tentaría? ¡Si fue capaz de besuquearse y manosearse con mi tía gratis! ¡Que no me haga pasar como una retrasada para darle el poder sobre mí, con esa paga tan abundante!
Los pasos