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Capítulo 3 — Bajo la Luna y el Instinto

El silencio entre los tres era tan denso que hasta el aire parecía temer moverse.

Teo no dejaba de mirar a su hermana y luego a Damon, como si no lograra entender lo que acababa de escuchar.

Su mandíbula se tensó, y los músculos de su cuello vibraban de contención.

—¿Un beso? —repitió, con la voz ronca—. ¿Tú… besaste a mi hermana antes de marcharte?

Damon dio un paso atrás, intentando mantener la calma.

—Fue un error. Éramos jóvenes, Teo. No—

—¡No me hables de errores! —lo interrumpió su amigo, con los ojos ardiendo—. ¡Tú me prometiste cuidarla! Juraste que la protegerías, no que jugarías con sus sentimientos para después irte como si nada.

Lyra se interpuso antes de que el enojo escalara.

—Teo, por favor. No hagas esto más grande. Ya está hecho.

Su voz temblaba, pero su mirada era firme.

Se giró hacia su hermano, intentando calmarlo.

—No te preocupes por mí. De verdad. Voy a olvidarlo. Solo te pido una cosa… mantenlo lejos de mí. No quiero volver a tener esta conversación nunca más.

Teo respiró hondo, intentando controlar la rabia que hervía en su pecho. Finalmente asintió, pasándose una mano por el cabello.

—Lo haré. Te lo prometo. —Su mirada se endureció al volver hacia Damon—. Pero no creas que esto queda así. Juraste protegerla y rompiste tu palabra.

Y eso, viejo amigo, no se olvida.

Damon intentó responder, pero Lyra lo detuvo con un gesto.

—Basta. Déjenlo así, por favor.

Y sin decir más, se alejó del claro, sintiendo que cada paso la hundía más en un pantano de emociones del que no sabía cómo salir.

Los días siguientes pasaron como una tormenta contenida.

La noticia del próximo **Ritual de Apareamiento Lunar** corría por el valle, y la Luna Elena se empeñaba en convertirlo en el evento más grande del año. Llegarían manadas aliadas, diplomáticos del norte, la familia de Selene… Todos esperaban con ansias el enlace entre la pareja destinada.

Todos, menos Lyra.

Ella sonreía, ayudaba con las decoraciones, y fingía normalidad, pero dentro de sí solo había un vacío en expansión.

Sabía que, en pocos días, Damon juraría amor eterno a otra bajo la misma luna que alguna vez había presenciado su promesa infantil.

—Lyra, ve a descansar —le dijo su madre aquella mañana, al notar su palidez.

—Estoy bien —mintió una vez más.

Pero no lo estaba.

Desde el amanecer su cuerpo se sentía distinto: un calor extraño recorría su piel, su pulso latía más rápido, y un sudor frío le cubría la frente.

Al principio pensó que era cansancio, o quizá fiebre. Sin embargo, cuando el sol comenzó a caer y las hogueras se encendieron para recibir a las delegaciones visitantes, comprendió que aquello no era normal.

El fuego la sofocaba, el aire la ahogaba, y el perfume de los lobos a su alrededor se volvía insoportable.

Sus huesos dolían, como si quisieran romperse y transformarse.

“Es como la primera vez…”, pensó, recordando su primera transformación a los dieciocho.

Pero había algo más.

Un ardor profundo, un vacío rugiendo desde el alma misma de su loba interior.

Intentó concentrarse.

Ayudó con los vasos, sonrió a los invitados, evitó mirar a Damon —aunque su aroma seguía cada uno de sus pasos—.

Todo parecía bajo control… hasta que el cielo se tiñó de plata.

Fue entonces cuando ocurrió.

El calor se transformó en fuego.

Su respiración se volvió un jadeo desesperado y el mundo giró.

Lyra apenas alcanzó a apoyarse en una de las columnas antes de que el aire se impregnara de un **aroma dulce y salvaje**: fresas y flores silvestres.

Un aroma que no pertenecía a ningún perfume.

Un aroma que hizo que todos los lobos del lugar levantaran la cabeza al unísono.

El **celo** había llegado.

Y el caos, con él.

Los alfas visitantes se pusieron tensos, los guerreros comenzaron a gruñir entre sí, y los machos más jóvenes se movieron instintivamente hacia la fuente de aquel perfume embriagador.

Lyra sintió el terror mezclado con la vergüenza. Su cuerpo temblaba sin control, la piel ardiendo, los sentidos desbordados.

Intentó retroceder, esconderse entre la multitud, pero los instintos masculinos eran más rápidos que su razón.

Un lobo del clan del Este dio un paso hacia ella, con los ojos brillando en dorado.

Otro del norte lo siguió, con el pecho erguido y el aliento entrecortado.

Los dos se gruñeron, compitiendo sin palabras.

El aire se volvió espeso, cargado de deseo, furia y dominancia.

—¡Atrás! —rugió Héctor, su padre, mientras su aura de Beta llenaba el lugar.

Teo se lanzó frente a su hermana, mostrando los colmillos.

—¡Aléjense de ella o los parto en dos!

Pero los forasteros, cegados por el instinto, no escuchaban.

El aroma seguía envolviendo la plaza como una niebla dulce e irresistible.

Incluso los lobos de su propia manada luchaban por contenerse.

Lyra apenas veía; el mundo era un torbellino de luces y sombras. El calor la consumía desde dentro.

Y entonces, en medio del caos, **dos presencias** se abrieron paso entre la multitud.

Dos auras distintas, poderosas, imponentes, surgieron de entre los árboles con un rugido que paralizó a todos los presentes.

Era como si el bosque entero se inclinara ante ellos.

Los lobos que se acercaban a Lyra se detuvieron al instante, gimiendo, bajando la cabeza, sometidos por instinto.

El aire se cargó de electricidad pura.

Y entre los murmullos aterrados, las llamas de las antorchas parecieron inclinarse hacia los recién llegados.

Lyra, jadeando, levantó la vista con dificultad.

A través del velo de sudor y lágrimas, los vio.

**Dos hombres.**

Altos, de mirada dorada y rostro idéntico.

Cada uno emanaba una energía distinta, pero igualmente abrumadora: una era fuego contenido, la otra tormenta.

Su visión se nublaba, pero el corazón —o quizá su loba interior— reconoció lo que su mente no podía aceptar.

—Son ellos… —susurró con voz apenas audible.

Dentro de su mente, su loba despertó por completo, rugiendo con una alegría salvaje.

—*Parejas…* —dijo, ronroneando entre los ecos de su conciencia—. *Nuestros pares… los dos.*

Lyra tembló.

Su cuerpo, que apenas se sostenía, reaccionó al instante a la presencia de ambos. El calor se intensificó, pero esta vez no era solo el del celo: era el del reconocimiento.

Los gemelos avanzaron hasta quedar frente a ella.

Los ojos de ambos ardían con el mismo brillo primitivo.

—*Pareja…* —murmuraron los dos al unísono, con una voz grave que hizo vibrar el aire.

El silencio que siguió fue absoluto.

Ni los lobos se atrevieron a respirar.

Héctor y Teo, petrificados, intercambiaron una mirada cargada de asombro.

Incluso Damon, desde la distancia, había quedado inmóvil, observando cómo aquellos dos desconocidos —de aura real y poder antiguo— se inclinaban ante la joven que hasta hace minutos era solo la hija del Beta.

Lyra intentó decir algo, negar, moverse… pero el mareo fue más fuerte.

El fuego interno la consumió de golpe, y la oscuridad se apoderó de su visión.

—Lyra… —gritó su madre desde algún punto lejano.

Lo último que sintió fue el roce del suelo bajo sus rodillas y las manos de uno de ellos atrapándola antes de caer.

Una calidez profunda, casi familiar, la envolvió en un instante.

Y antes de que la inconsciencia la reclamara, alcanzó a escuchar sus voces, idénticas, murmurando al mismo tiempo junto a su oído:

—Te encontramos, pequeña luna.

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