Capítulo 4 — Ecos de Luna y Sangre

El caos reinaba bajo la luna.

El festival, que minutos antes había sido música, risas y fuego danzante, ahora se había convertido en un círculo de silencio y temor. Todos observaban a los dos lobos que se mantenían firmes en el centro del claro, con Lyra desvanecida entre sus brazos.

Sus cuerpos irradiaban poder, una fuerza tan antigua y densa que hasta los árboles parecían inclinarse. Los lobos del norte retrocedieron con gruñidos tensos, sin atreverse a acercarse… hasta que una figura atravesó la multitud.

Damon.

El aire cambió cuando su rugido desgarró la calma.

—¡Suéltenla! —gruñó, con los ojos ardiendo en ámbar y los colmillos apenas contenidos—. ¡No tienen derecho a tocarla!

Los gemelos se giraron a la vez, y la energía que emanó de ellos hizo temblar el suelo.

Uno, de mirada encendida como brasas, dio un paso adelante.

—No damos explicaciones a lobos menores —dijo con voz grave, cargada de fuego.

Damon apretó los puños, la rabia desbordándolo.

—¡Soy su guardián, maldito arrogante! ¡Y si no la sueltan ahora…!

El segundo príncipe, más frío, más contenido, alzó la mano en gesto de advertencia. Su voz fue un filo helado.

—Si das un paso más, caerás de rodillas ante nosotros. No porque queramos… sino porque tu lobo lo hará por instinto.

El aire chispeó con poder. Los lobos del valle comenzaron a transformarse parcialmente, doblegados por la energía alfa que emanaba de los gemelos. Damon resistió, temblando, negándose a ceder.

—Lyra no es suya —gruñó, apenas logrando mantenerse erguido—. Ella pertenece a esta manada.

—Te equivocas —respondió el del fuego, con una sonrisa apenas perceptible—. Ella no pertenece a nadie. Pero su alma… ya nos ha reconocido.

Y con un movimiento suave, colocó a Lyra en brazos de su madre, que acababa de llegar, pálida de preocupación. Elena se acercó, imponiendo su autoridad con un gesto de la mano.

—Basta. —Su voz fue como un trueno sereno—. No habrá más derramamiento de energía esta noche. Damon, retrocede.

El joven alfa respiró con dificultad, la mandíbula tensa. Sus ojos pasaron de los príncipes a Lyra, y un destello de celos lo atravesó antes de dar un paso atrás.

Elena volvió su mirada hacia los gemelos.

—Sus motivos serán tratados al amanecer. Ahora, déjennos cuidar de la niña.

Los dos príncipes se miraron entre sí, como si se comunicaran sin palabras. Finalmente, asintieron.

El fuego en sus ojos se apagó lentamente.

Y cuando se alejaron, el aire volvió a fluir.

***

Despertar no fue inmediato.

Fue como emerger desde el fondo de un lago helado, donde cada sonido y cada luz se distorsionaban.

El primer olor que reconocí fue el de mi madre: lavanda, tierra húmeda y ese toque de calma que solo ella podía proyectar. Luego sentí una mano tibia en mi frente, apartando suavemente un mechón de cabello pegado por el sudor.

—Lyra, cariño… ¿cómo te sientes?

La voz de mamá sonó con un tono entre alivio y cansancio. Abrí los ojos despacio. El techo de mi habitación me recibió con su familiar color blanco azulado, y junto a ella, la figura elegante y serena de la Luna Elena se recortaba contra la ventana abierta, dejando entrar el resplandor plateado que bañaba toda la estancia.

Tragué saliva. Mi garganta ardía.

—Mamá… ¿qué pasó?

Ella suspiró y me acarició la mejilla.

—Colapsaste, cielo. Tuviste tu primer celo…

Por un segundo, mi mente se quedó en blanco. Después, la vergüenza me golpeó con toda la fuerza del recuerdo.

—Oh, por la Diosa… —murmuré, cubriéndome el rostro con ambas manos—. Qué vergüenza…

Elena sonrió con dulzura, esa sonrisa maternal que siempre lograba aliviar incluso los peores miedos. Se acercó y se sentó al borde de la cama, alisando las sábanas.

—Lyra, cariño, no tienes de qué preocuparte. Es completamente natural. Cada loba pasa por su primer celo, y aunque haya sido en medio del festival… —una pequeña risa escapó de sus labios—, no fue tu culpa.

—Luna, no intente consolarme —respondí, aún con el rostro oculto—. No hay forma de que esto deje de ser humillante.

—No deberías sentir vergüenza por lo que eres —intervino mamá, su tono firme pero cálido—. Tu cuerpo solo respondió al llamado de tu naturaleza.

Aun así, mi estómago se retorcía.

La imagen fugaz del caos volvió a mí: los lobos gruñendo, el aire cargado de deseo, el fuego ardiendo en mis venas. Y luego… esas miradas.

Dos miradas.

Dos auras.

Dos voces que pronunciaron una misma palabra.

“Pareja.”

Mi corazón dio un vuelco.

—Cariño —dijo mamá, observándome con atención—, ¿recuerdas algo más antes de desmayarte?

Parpadeé, intentando organizar los fragmentos de mi memoria.

—Solo… una presión extraña en el aire, como si todo el bosque se hubiera detenido. Y luego… —tragué saliva— vi algo. Dos sombras… no, dos hombres.

Mi loba, que hasta ese momento había estado adormecida, despertó con un rugido alegre en mi mente.

—Nuestras parejas humanas… Ellos están aquí.

El estremecimiento que recorrió mi cuerpo fue inmediato.

—No puede ser —susurré.

—¿Qué ocurre, Lyra? —preguntó la Luna Elena, inclinándose hacia mí.

—Nada —mentí, pero mi voz sonó débil.

Mamá me observó unos segundos más, como si pudiera ver a través de mi mentira. Luego, con un suspiro resignado, tomó una pequeña caja de madera del buró y la abrió. Dentro había una serie de cápsulas azuladas.

—Toma esto —dijo, extendiéndome una pastilla—. Ayudará a mantener tu aroma bajo control hasta que el celo termine. No queremos que se repita otro episodio como el de hace unos momentos.

Asentí, tomándola sin rechistar. El sabor amargo me llenó la boca mientras el silencio volvía a instalarse en la habitación.

Durante unos minutos, nadie habló. Solo se escuchaba el viento nocturno colándose entre las cortinas, trayendo consigo el murmullo distante de las manadas que aún celebraban.

Finalmente, reuní el valor para preguntar lo que me quemaba por dentro.

—Madre… ¿quiénes eran esos hombres?

Mamá intercambió una mirada con Elena antes de responder.

La Luna habló primero, con una voz suave pero cargada de significado.

—Son los primos de Selene… y los futuros reyes del sur. Los alfas gemelos del reino de Artheon.

El corazón me dio un vuelco tan fuerte que sentí mareo otra vez.

—¿Los… futuros reyes? —repetí en un hilo de voz.

Elena asintió.

—Los hijos de la reina Althea y el rey Kael. Herederos de una de las líneas más antiguas de sangre alfa. Gemelos idénticos, pero distintos en alma: uno gobierna el fuego, el otro el acero.

Me quedé en silencio, intentando procesar todo.

Los había visto solo unos segundos, y aun así, la presencia de ambos me había dejado sin aire. Ahora entendía por qué los lobos se habían sometido sin oponer resistencia: su poder no era común. Era ancestral.

Pero ¿por qué ellos? ¿Por qué los dos?

Mi loba ronroneó dentro de mí, feliz, inquieta, impaciente.

—Porque nos pertenecen. Ambos.

—Cállate… —susurré mentalmente, llevándome las manos a la cabeza.

—¿Lyra? —preguntó mamá, preocupada.

Negué con rapidez.

—Estoy bien. Solo… confundida.

Y lo estaba.

El simple pensamiento de tener dos almas destinadas me resultaba abrumador. Ni siquiera creía que fuera posible. Las historias hablaban de parejas, no de tríos. Una sola conexión sagrada entre dos almas, no tres.

Elena pareció leer mis pensamientos.

—No temas, pequeña —dijo, poniéndose de pie y posando una mano sobre mi hombro—. El destino no se equivoca, aunque a veces sus caminos sean… poco convencionales. Si la Luna eligió unir tu alma a dos lobos, habrá una razón.

—Pero no los conozco… —balbuceé.

—Lo harás —respondió ella con una sonrisa leve—. Y cuando llegue el momento, lo entenderás.

***

La Luna Elena se marchó poco después, dejando un suave rastro de plata en la habitación. Mamá me acomodó entre las sábanas, insistiendo en que descansara.

Intenté dormir, pero el sueño no vino.

Mi cuerpo aún vibraba con el eco de lo ocurrido. Cada respiración era un recordatorio de aquel calor, de esas dos presencias que habían hecho temblar mi alma.

Me levanté y caminé hacia la ventana. Afuera, el bosque brillaba bajo la luz de la luna llena. Desde mi habitación podía oír los cánticos de las manadas visitantes, las risas, los tambores. Parecía que nada había cambiado, aunque para mí, todo se había vuelto distinto.

Mi reflejo en el cristal mostraba a una Lyra que no reconocía.

Ojos más dorados, mejillas sonrojadas, labios resecos.

Una loba despierta.

Apoyé la frente en el vidrio frío.

—¿Qué se supone que haga ahora? —murmuré.

Mi loba respondió con un suave gruñido.

—"Esperar. Ellos vendrán."

—No quiero que vengan —mentí, aunque mi corazón no lo creyó.

Porque una parte de mí, muy profunda, los deseaba. Los necesitaba.

Esa sensación de pertenencia me asustaba más que cualquier otra cosa.

***

Al amanecer, los rayos dorados del sol me despertaron con un leve dolor de cabeza. Me sentía mejor, aunque aún tenía el cuerpo cansado. Al bajar a desayunar, la casa estaba más llena de lo habitual. Lobos del sur se movían por los pasillos, guardias, sirvientes… y entre las conversaciones podía oír los nombres de los **príncipes gemelos** repetirse una y otra vez.

—Llegaron hace una hora —dijo Teo, al verme entrar en la cocina. Me lanzó una mirada preocupada—. ¿Cómo estás?

—Bien —respondí, sin mirarlo mucho.

Él asintió, aunque su ceño seguía fruncido.

—Quieren verte.

—¿Qué?

—Los príncipes. Dicen que necesitan hablar contigo.

Sentí cómo la sangre se me iba del rostro.

Mamá apareció justo entonces, con una bandeja de pan recién horneado, y me miró con esa mezcla de ternura y advertencia.

—Lyra… sería descortés negarte. Son nuestros huéspedes.

—Pero yo… —intenté protestar.

—Nada de peros. —Su tono se volvió firme—. Irás, pero no sola.

Teo levantó la mano.

—Yo la acompaño.

El pasillo que llevaba a la sala principal parecía más largo de lo normal.

Podía sentirlos incluso antes de verlos: su presencia era un pulso constante en mi pecho, como si mis latidos respondieran a los suyos.

Cuando entré, los dos se giraron al mismo tiempo.

Por un instante, el mundo se detuvo.

Eran aún más imponentes de lo que recordaba. Altos, de piel bronceada, cabello oscuro y ojos dorados que brillaban con intensidad casi felina. Idénticos en apariencia, pero no en esencia: uno irradiaba fuego, pasión, impulso; el otro calma, estrategia, control.

Ambos me observaban con una mezcla de reconocimiento y deseo contenido.

El primero dio un paso adelante.

—Soy **Alaric**, príncipe alfa de Artheon. —Su voz era profunda, cálida, y cada palabra parecía vibrar en mi piel.

El segundo inclinó la cabeza con elegancia.

—Y yo soy **Draven**. —Su tono era más frío, medido, pero igual de hipnótico.

Mis labios temblaron al intentar responder.

—Yo… soy Lyra.

Alaric sonrió, apenas un movimiento en la comisura de sus labios.

—Lo sabemos, pequeña luna.

Draven la completó sin dudar:

—Te hemos estado buscando.

Mi corazón se detuvo.

—¿Buscándome?

—Desde hace años —dijo Alaric, su mirada fija en la mía—. Soñábamos con una voz, una presencia, un aroma. Nunca imaginamos que estarías aquí.

Su sinceridad me dejó sin palabras.

Teo se movió, incómodo, pero no intervino.

Los gemelos avanzaron un paso más, y el aire volvió a oprimirme el pecho. Era el mismo poder que había sentido la noche anterior, esa mezcla de autoridad y deseo que me hacía difícil respirar.

—Nuestro lobo interior te reconoció —añadió Draven, con un brillo dorado en sus pupilas—. Y la tuya… nos llamó.

Tragué saliva, dando un paso atrás.

—Esto… no puede ser.

—Pero lo es —susurró Alaric, acercándose lo suficiente para que su aroma a humo y madera me envolviera—. Y lo sabes.

Mis manos temblaron. Mi loba rugió de emoción, casi rompiendo las barreras de mi mente.

“Parejas.”

No uno.

Dos.

Y mientras sus miradas me envolvían, entendí algo aterrador:

Mi destino acababa de cambiar para siempre.

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