El amanecer encontró a Artheon inquieto.
La luna se había retirado, pero aún parecía observar desde su reino lejano, dejando un rastro plateado sobre la arena como si se resistiera a marcharse. El oasis, que horas antes había sido escenario de celebración, ahora se veía silencioso, casi solemne. Las sombras parecían más largas, los sonidos más agudos, los olores más intensos.
Algo había cambiado.
Y todos lo sabían.
Lyra caminaba entre Alaric y Draven hacia el salón del consejo. Su capa oscura cubría la túnica improvisada con la que habían logrado taparla tras la transformación. Su cuerpo aún dolía, pero su mente estaba despierta como nunca.
Los príncipes la guiaban en silencio, atentos a cada paso, cada respiración, cada mínima señal de agotamiento o peligro. Nadie intentó hablar. Ninguno de los tres estaba listo para encontrar palabras que describieran lo sucedido la noche anterior.
Cuando se abrieron las puertas del salón, un murmullo contenido llenó el espacio.
Todos los alfas meno