Román y Sienna llegaron a Montana a muy buena hora, pero el frío era muy intenso, por lo que ambos descendieron del vehículo que los trasladó desde el aeropuerto, muy bien abrigados.
–¿Estás bien? –preguntó solícito Román a Sienna al verla frotarse las manos enguantadas.
–Se me va a congelar el cerebro aquí, y yo decía que en Seattle hacía frío, qué ingenua –comentó riendo.
–Ven, entremos a la casa.
–Desde aquí se ve preciosa.
–Gracias, mi madre es la encargada de las