41. Un rayo mínimo de luz

Dos cuadras más arriba pese a ser una ciudad grande podrá encontrar el edificio del congreso.

Ya no corre sino trota con su pequeño hijo, que sigue a su madre en cualquier paso que dé y se le ocurra, pero aún así está ensimismado en caminar y mirar atento al alrededor.

Quien no quiere despegarse de ella es Naia, adherida a sus brazos como si nunca quisiera irse de ellos, y Clara la sostiene cada vez que sus tacones palmean el pavimento con fuerza y le hacen una idea de que jamás en la vida usará otros tacones.

Si estuviera sola podía correr lo mucho que quisiera e incluso no le importaría enfrentarse a esos rufianes porque sería la única manera de saber quién estaba detrás de esto, y no estaba todavía en sus cabales para pensar que no estaría haciéndolo bien. Pero tenía a dos niños y debía actuar con cautela.

Tiene que dejarlos en un lugar seguro. Clara se detiene para tomar aire mientra la gente a su alrededor se detiene a verla pero no dicen nada ni preguntan su situación.

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