IV

 Un furioso Metalo se adentró sin anunciar a la tienda de Mumio, interrumpiendo la felación que recibía Mumio de una joven esclava adolescente.

 —¡Has ordenado que regrese a Macedonia! —expulsó Metalo tirando un pergamino con sus órdenes sobre el escritorio del cónsul. La joven se había detenido.

 —¿Yo te dije que te detuvieras? —le preguntó Mumio y la muchacha retomó la labor. Mumio se dirigió a Metalo. —No te necesito acá, ya hiciste tu labor. El Senado me nombró a mí el encargado de tomar Corinto.

 —Mis hombres vienen endurecidos de la Guerra Macedonia, no será fácil reemplazarlos.

 —No serán reemplazados —aseguró alcanzando el orgasmo. La esclava se limpió la boca y se levantó colocándose de pie detrás de Mumio quien ahora encaraba a Metalo. —Ellos se quedarán acá bajo mi mando.

 —¡Traidor! —exclamó.

 —¡Cuida tu lengua! Puede ordenar que te crucifiquen por rebeldía.

 —Sé por qué haces esto —le dijo sin intimidarse—, quieres la gloria sólo para ti.

 —La gloria ya es mía de todos modos —aseguró Mumio. —Ve, regresa a gobernar Macedonia, que ya tuviste tu momento. No seas egoísta y deja que otro disfrute de conquistar griegos también.

 Metalo se irguió, como si con eso estuviera recomponiendo su compostura.

 —Muy bien —aseguró—, por la gloria de Roma —aseguró con el saludo romano que le fue devuelto por Mumio. Metalo subió a su caballo con su equipaje y partió.

  —Señor —anunció uno de sus comandantes ingresando a la tienda—, noticias malas del campamento romano cerca de Corinto.

 Mumio se dirigió junto a algunos de sus oficiales de confianza a corroborar la noticia. Para cuando llegaron a la vanguardia romana cercana a Corinto ya estaba amaneciendo. Allí encontraron un campamento romano masacrado; docenas de solados asesinados cuyos cadáveres atraían a las moscas y a buitres circulando el cielo.

 —Asesinos aqueos deben haberse infiltrado por la noche y atacado por sorpresa —aseguró un oficial. Pero Mumio no lo escuchó; estaba furioso como sus puños cerrados y mandíbula rechinante denotaban.

 Las fuerzas romanas correspondían a unos 23000 hombres de infantería y una caballería de 3500 ahora que se había juntado con la de Metalo y reclutas griegos. Las aqueas eran solo 14000 infantes y 600 caballeros contando algunos de los sobrevivientes de Escafia, pero aunque sobrepasados en número, los aqueos festejaban tras la reciente masacre de la vanguardia romana como si hubieran ganado la guerra. Se sentían vengados por la infamia de Escafia y el arrogante Deio no tomó medidas para proteger la ciudad de una invasión, confiado en que refrenaría al ejército de Roma. Dieo hizo el amor una vez más a su esposa esa noche.

 Finalmente las tropas romanas llegaron cuando el sol clareaba en el horizonte. Ambos ejércitos se enfrentarían en una catarsis final.

 Los soldados romanos arremetieron con gran poderío contra la infantería aquea como una marejada contra un muro, pero los aqueos resistieron a pesar de estar en desventaja numérica. Su valor fue fatuo pues la caballería, aterrorizada por lo mucho que los superaba la romana rompió filas indisciplinadamente y no esperó a recibir el embate. Los romanos aprovecharon el caos para matar a muchos con la arquería.

 Los infantes aqueos aún así continuaron resistiendo y defendiendo su ciudad. Mumio ordenó una táctica romana muy apetecida que consistía en romper las filas enemigas por la mitad. Un grupo de 1000 romanos selectos atacaron a los aqueos por el flanco derecho abriéndose paso como un cuchillo en pan. Separados los dos lados de la infantería fue rápidamente acribillada.

 Derrotados los aqueos la ciudad cayó en manos de la furia y la indignación romana. Los civiles corrían por sus vidas caóticamente mientras los soldados romanos saqueaban a placer, violaban mujeres y niñas, destruían invaluables estatuas y obras de arte y tomaban todo lo que fuera de valor.

 Mumio ordenó proteger lo mejor posible las obras de arte que serían llevadas a Roma como parte del botín, quizás la parte más simbólica de la absorción de la cultura griega por la romana. También ordenó que todo hombre y adolescente por encima de los 15 años fuera pasado a cuchillo y que toda mujer y niño fueran convertidos en esclavos para su venta.

 Deio fue encontrado con su mujer muerta a sus pies, el propio Deio le había clavado la espada para que no fuera ultrajada por los romanos, y se había tomado un veneno que le había hecho efecto con notoria rapidez como su cadáver exánime aún con la copa en la mano mostraba.

 Mientras, Mumio observaba satisfecho desde su caballo la humarasca negra que brotaba de la destruida Corinto. 

 —¡Fascinante! —se relamió Dantalion. Pero la labor de Dantalion se vería interrumpida por el ruido de cañonazos lejanos.

 —¡Que diablos! ¿Qué sucede? —preguntó saliendo de su laboratorio mientras atareados demonios guardias corrían atolondradamente.

 —¡Davy Jones! —declaró uno que fue retenido de la solapa por Dantalion—, está atacando el castillo. Viene por el dragón…

 Un siniestro navío de velas negras y resquebrajadas se aproximaba al reino de Chernabog flotando en el aire por medio de artes mágicas oscuras. Era El Holandés Volador y lo comandaba Davy Jones mismo, el fantasma pirata que regía sobre un grupo de islotes tropicales atestados de monstruos caníbales, salvo por la ciudad fantasma de Port Royal ubicado en una de las islas en medio del inmenso océano de sangre.

 El Port Royal infernal era una burda copia del original, pero funcionaba. Docenas de toscos piratas, corsarios y bandoleros llegaban a sus costas tras morir.

 Allí, en Port Royal, donde todos sus habitantes asemejaban a toscos piratas y prostitutas del siglo XVII, el rumor del ataque del dragón en el reino de Sejmet llegó a oídos de su señor quien rápidamente se preparó para atacarla. Embarcó junto a algunos de sus más confiables súbditos fantasmas.

 Sin embargo, al llegar al lugar Davy Jones encontró a las fuerzas de Sejmet diezmadas. La diosa egipcia había escapado y el lugar ahora estaba siendo reclamado por Yama.

 El viejo dios chino tenía la cabeza de un búfalo, vestía un fino hanfu de seda amarilla con elaborados dibujos aunque, como todo en el infierno, representaban criaturas demoníacas más que la fauna terrestre.

 Yama ingresaba a su nuevo reino escoltado por soldados de terracota (en realidad almas de criminales ordinarios que él había convertido en estatuas de terracota vivientes) y sobre una enorme estructura móvil con ruedas sobre la cual se colocaba su exuberante trono.

 Belial se presentaba victorioso ante Yama con las humarascas de la destrucción a sus espaldas y la cabeza de Seth —aun viva— que lanzó a sus pies. Los esclavos de Sejmet ahora lo serían de Yama, pero sus vidas no cambiarían substancialmente. Yama ordenaría modificar todo lo egipcio y reemplazarlo por chino, destruiría las imágenes y estatuas de Sejmet para reemplazarlas por la suya. Prohibiría el culto a Sejmet y lo cambiaría por el suyo y las pirámides egipcias serían retransformadas en pirámides chinas, no muy diferentes a la réplica de la Ciudad Prohibía en donde residía en su círculo infernal.

 —Encuentra a la perra egipcia —ordenó Yama— y será tuya.

 Belial sonrió y se dio a la tarea.

 Yama observó a lo lejos al Holandés Volador consciente de que Davy Jones estaba allí. Hizo uso de sus poderes mágicos para enviarle un poderoso, pero diabólico, fénix hecho de fuego.

 El ave, de aspecto malévolo y hecho de flamas rojas, llegó hasta el barco.

 —¿Qué te trae acá, sucio pirata? —preguntó el fénix transfiriendo ante Davy Jones la mente de Yama.

 —Lo mismo que a ti, cabeza de buey —le respondió Davy Jones—, el dragón.

 —Demasiado tarde, ya lo tengo.

 —Miente —declaró una lora fantasma y malévola en el hombro de Davy Jones. —Puedo sentirlo. El dragón no está aquí, ni en ningún lugar cerca —aseguró.

 —Si en verdad tuviera control del dragón ya nos habría atacado con él —aseguró uno de los piratas.

 —¡Traigan al Doctor! —ordenó Davy Jones. Dos fantasmas abrieron una compuerta en la cubierta de donde subió lentamente una mujer de ropajes griegos y cabello rizado.

 —¡Cirse! —clamó Yama desde el fénix.

—Magia de transportación fue usada aquí —aseguró con tono despectivo. —¡Magia de transportación! ¡Puedo sentirlo!

 Davy Jones volvió a encarar al fénix que emitió un chillido de furia. Se lanzó contra el barco pero se disolvieron las flamas antes de tocarlo.

 —Sólo hay un hechicero en el infierno que pudo haber estado en contacto con Palmer —aseguró Davy Jones pensando en Dantalion y ordenó a su tripulación poner rumbo hacia el reino de Chernabog.

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