Atina
¿Acaso mi castillo también tenía algún problema? Nunca se me había ocurrido que el edificio fuera tan diferente. Claro que las puertas se abrían y cerraban para mí, pero supuse que eran mis pensamientos los que lo provocaban. Seguí a Romeo por el umbral y salí al aire nocturno. En cuanto salí, mi cuerpo volvió a la normalidad. Ya me había acostumbrado a la sensación y no le había dado mucha importancia. Por dentro era solo una sombra de lo que era. Por fuera, era yo. Por eso pasaba la mayor parte del tiempo en los jardines, pero incluso eso se estaba volviendo más letal.
Cuanto más tiempo pasaba, más parecía haber algo nuevo con lo que lidiar. Me daba miedo pensar en qué podría venir después.
Romeo me guió hacia la parte trasera del castillo, al acogedor rincón que había preparado bajo mi árbol favorito. ¿Cuándo me volvería eso en mi contra también? Me detuve en la tela suave y satinada que tenía debajo de los zapatos.
“¿Esa es mi cortina?” pregunté.
Colgó las perchas en una ra