(Epílogo – Parte V – AERVAL, EL NIÑO REY – Años 116–128 – PARTE 3
La marcha hacia el norte fue corta, pero suficiente para que Aerval entendiera que la disciplina de los soldados no se ganaba con discursos, sino con la manera en que un rey monta, come y duerme entre ellos. No aceptó tienda propia. No permitió un brasero exclusivo. Compartió el frío y el silencio con la misma obstinación con la que había enfrentado al consejo. Algunos hombres comenzaron a mirarlo con respeto genuino; otros con una curiosidad intimidada. No era común ver a un rey de veintinueve años, tan seco en sus gestos, tan decidido a demostrar que una corona no lo hacía frágil.
Llegaron al asentamiento Therdal al amanecer. Las chimeneas vomitaban humo azul. El aire olía a estiércol, pino y desafío. Aerval no esperó protocolos. Entró al centro del poblado, desmontó y pidió hablar con el jefe. El hombre que salió a recibirlo tenía las manos cruzadas sobre un hacha y la barba entrecana llena de hielo. No hizo reverenc