El invierno se había marchado dejando tras de sí un aire de deshielo que no sólo ablandaba los caminos, sino que también habría nuevos cauces en la política de Dravena y Karvelia. Dos meses habían pasado desde el altercado con el embajador imperial en Véldamar, y en ese tiempo el rey Kael había cumplido con lo prometido: viajó a Karvelia, selló su unión con la reina Aelyne y, con ello, afianzó un poder que hacía apenas un año parecía imposible para un bastardo sin corona.
La boda fue celebrada con solemnidad y sin ostentación excesiva, marcada por la presencia del duque Varengar y el peso de diez mil lanzas que garantizaban la estabilidad del trono. Poco después, la maquinaria del poder se movió con rapidez: los gremios, antaño columna vertebral de la economía karveliana, fueron sometidos bajo la firme mano de Lord Gaeron. Sus bienes pasaron a la corona, y su influencia quedó quebrada. Muchos aceptaron en silencio, otros se ocultaron, pero ninguno osó desafiar al nuevo orden.
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