-XXVI-

Con paso lento, únicamente con unos calzones negros y anclados a las caderas y expresión monocorde, se dirigió hacia la habitación.

Se detuvo en el umbral de la puerta al verle más que esperándole.

De rodillas.

Rostro gacho.

Y las manos con las palmas hacia arriba.

La saliva se le atascó en la garganta.

Mucho tiempo sin volver a entrar allí.

No le había hecho falta.

Se había dado cuenta que aquello no era tan imprescindible como le hicieron creer.

Y ahora, otra vez, iba a hacerlo.

Con una grandísima diferencia.

No lo haría con un simple sumiso.

No sería uno más como el resto.

Era su esposo.

Era el padre de sus hijos.

Era su pareja.

Sus ojos viajaron hacia ese abombado vientre donde dos vidas crecían.

Dos hijos suyos.

Despacio, caminó hacia Joel.

Con todo el candor del mundo, acarició su cabello.

Pudo oírle suspirar.

Sus

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