Maraña de confusión.

Llevaba un buen rato revisando sus correos electrónicos cuando oyó unos golpecitos en la puerta de su oficina. No hizo falta que diera la orden para que la persona ingresara. La puerta se abrió y vio al vicepresidente, luciendo una sonrisa altiva en su rostro.

—Buenos días, Andrew —saludó el hombre, cerrando la puerta detrás de sí y llegando, en tres pasos, hasta sentarse en una de las sillas frente a su escritorio.

—No tanto como me gustaría —replicó, regresando su atención a la pantalla del ordenador.

—Sí, entiendo porqué lo dices. —Frunció el ceño—. Sobre todo cuando no dormimos bien por la noche por tener la conciencia intranquila.

—Supongo que me lo dices por experiencia propia, ¿verdad? —profesó, mirando al hombre.

—Para nada. En mi caso, tengo buenas horas de sueño y descanso. —El hombre le regaló otra sonrisa altiva—. ¿No ves? Estoy fresco como una lechuga. No puedo decir lo mismo de ti. ¿Mala noche?

—No comenzaré con tu falsa preocupación por mi descanso —imperó—. Vamos
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