EPÍLOGO

ALEXANDRA PEMBERTON

Pasó un día, luego otro y otro, pero el dolor no se desvanecía; cada noche el insomnio me atacaba y las lágrimas volvían a empañar mis ojos, no me sentía mejor y era incapaz de sonreír; Noah se quedó a mi lado todo el tiempo, consolándome e intentando que sonriera, pero nada funcionaba, porque no solo tenía el corazón roto, era como si todo mi cuerpo me doliera.

Después de una semana, decidí regresar al trabajo en un intento de mantener mi mente ocupada, pero me sentía vacía y todos podían notarlo; casi no comía y lo que llegaba a comer me producía tanto asco que terminaba vomitándolo; estaba agotada tanto física como emocionalmente y ya no podía resistir más, pero cuando me desmayé frente a Noah, eso lo alarmó tanto que inclusive yo comenc&eacut

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