28. ¿TÉ?
RIVEN
Camino despacio, con el ramo de crisantemos lila apretado entre mis manos enguantadas.
El aire es frío en los jardines del mausoleo, y cada paso resuena hueco sobre las losas grises.
El silencio aquí pesa distinto.
No es la ausencia de sonido... es la presencia de recuerdos.
Su imagen sigue fresca en mi mente, aunque pasaron más de dos años desde la última vez que vine.
Su sonrisa, tan serena, tan viva, todavía me tortura.
Hay sonrisas que no deberían quedarse grabadas... porque duelen demasiado cuando se van.
Me agacho frente a la lápida de mármol. Paso los dedos por su nombre, delineando cada letra como si eso la hiciera volver.
Golpeo suavemente la piedra —una vieja costumbre entre nosotros, una forma de saludarla— y dejo las flores en el pequeño recipiente.
—Hola, madre... —mi voz suena más baja de lo que esperaba—. Perdón por la tardanza.
Espero que no te sintieras sola.
Los pétalos se mueven apenas con la brisa, como si respondieran a mis palabras.
—Traje tus flores favori