Arrugó la frente y se llevó una mano a mi moño, del que se me caían muchos mechones alrededor de la cara. —Me siento bien—.
Fruncí el ceño y me bajé de su regazo. Tropecé al caminar, y él me agarró por la cintura antes de que mi pie herido se estrellara contra el suelo de madera.
—Tranquila, princesa.—
—Gracias. —Retiré sus manos de mi cintura y él, a regañadientes, me soltó.
Mi maleta estaba en el suelo junto a una puerta abierta. Abrí la solapa para encontrar mi ropa y fruncí el ceño al darme cuenta de que no estaba. La que le había preparado seguía en la maleta, pero la mía no estaba.
—Están en el armario—, dijo Enzo.
Parecía que la habitación estaba justo frente a mí, así que empujé la puerta para abrirla y entré.
Oh.
Enzo tenía incluso más ropa en su cabaña que en el Lodge.
—Guardo la ropa aquí para no tener que cargarla—, dijo, entrando en el armario detrás de mí. Tenía la polla erecta, abultándole la sudadera, pero ninguno de los dos lo mencionó. —Solía venir cada mes para es