Luego más bistec, cuando todavía tenía hambre.
—Te tomaste la medicina —dijo, pasándome finalmente la mano por la coronilla mientras el sueño volvía a abrumarme los párpados. Su tacto era rígido, y no del todo natural, pero aun así era agradable.
—Cuando estuve a salvo—, acepté adormilado.
Su pecho retumbó. «Estás a salvo con mi mochila, princesa».
—Estoy segura contigo.—
—Siempre. —Su mano volvió a acariciarme el pelo. Esta vez me pareció más natural—. Necesito que te tomes otra pastilla. El dolor volverá si no lo haces.
—Está bien.—
Presionó la pastilla contra mis labios, seguida de una pajita.
Tragué el medicamento y oí un suspiro silencioso que pensé que había imaginado.
—¿Puedes quitarme el sostén? Es incómodo—, murmuré.
—Si alguna vez le preguntas esa pregunta a alguien más, morirá—.
Me reí somnolientamente.
Mi yo drogado no vio ningún problema en su posesividad.
Me colocó el sujetador con cuidado sobre los pechos, me pasó los brazos y me lo quitó por la cabeza. —Es más difícil