El laboratorio desprendía ese aire esterilizado y frío tan característico de los recintos dedicados a la ciencia y la precisión. Ilán y yo nos hallábamos en una pequeña sala de espera, rodeados por paredes adornadas con diplomas y reconocimientos que testimoniaban la solvencia del establecimiento. La tensión entre nosotros era palpable, un cóctel de nerviosismo y esperanza que nos impulsaba a entrelazar nuestras manos con fuerza. Me levanté y me acerqué a la ventana, contemplando el trasiego de personas en la calle.
—Pronto sabremos la verdad —le dije a un Ilán visiblemente nervioso a mi lado, sintiendo un escalofrío ante la posibilidad de confirmar nuestras sospechas.Ilán asintió, repasando en su mente cada conversación, cada detalle que pudiera haber pasado inadvertido.—¿Cómo es posible que todo se haya torcido de esta for