Capítulo 6; En medio

~Alex~

¿En qué momento quedamos en medio de agentes de la policía? No tengo ni puta idea, lo que sí sé es que no pienso ir a la cárcel, primero me matan. Los hombres que habían disparado antes, también les están disparando a la policía.

Me cubro la cara, no quiero que nadie me vea. No pasaría ni una hora cuando esté en todos los periódicos y noticieros.

No pienso dejar que me atrapen.

—¡Ataquen, no quiero a esos perros vivos!

Doy la orden por el radio que me ha traído Leo, ha venido con mis hombres.

—¡Listo, patrón!

Los intercambios de disparos se hacen presente, no podemos dejar que nos agarren. Analía se ha subido a la camioneta. Nos cubrimos con las puertas de la camioneta, hemos bajado a varios y ellos a varios de nosotros.

Agarro un arma en cada mano y salgo disparándole a todo el que esté en mi camino hasta quedar de frente con uno de los agentes que me apunta y yo a él, los dos sin miedo a matarnos.

Solo puede ver mis ojos y yo los de él. Me he cubierto.

—Date por vencido, entrégate.

—Primero muerto. Mejor hagamos algo, te disparo y me voy como si nada.

—Mejor te disparo yo a ti, imbécil. No tienes salida, estás rodeado. Tus hombres y tú no tienen escapatoria.

—Todos los policías siempre dicen lo mismo. Tú sabes que unos cuantos billetes me sacarán de la cárcel, siempre hay un vendido.

—Aquí nadie se vende.

Sin que me dé cuenta dos de sus hombres me desarman haciendo que me agarren de los brazos. Los empujo con fuerza.

—Suelta el arma.

Se escucha una voz femenina y justo ahí veo a Analía detrás del agente mientras le apunta con un arma.

—Suéltala lentamente o te disparo.

Lo amenaza.

—No lo haré.

Analía le da un golpe con el arma haciéndolo caer al suelo.

—No estaba jugando, te dije que la soltaras.

Analía me mira con seriedad.

—Alex, es hora de irnos. Sube a la camioneta.

Me pasa un arma.

—Antes debo acabar con este maldito.

Estoy por dispararle y Analía se pone en medio.

—No desperdicies balas con gente tan insignificante. Vamos.

Lo dudo por unos segundos. Decido que le voy a disparar y se escucha la voz de Leo.

—¡Patrón, hay que retirarnos! ¡Vienen más agentes!

Me grita Leo, es mi hombre de confianza.

Corremos a la camioneta y se ponen en marcha. Tenemos que perderlos, y cambiar de camioneta, es peligroso que nos movamos en esta misma.

Llegamos a uno de los escondites y nos bajamos, se llevan la camioneta. No podemos regresar a la casa ahora, no hay pruebas de que era yo el que estaba en la balacera, podría decir que estaba en la empresa, pero quiero evitar.

—¿Por qué tenías que bajarte? No necesitaba tu ayuda.

Mascullo, viendo a Analía.

—Claro que la necesitabas, si no hubiera sido por mí estuvieras detenido.

—Todo lo que pasó fue culpa tuya. Ellos nos siguieron —me le acerco—. ¿Cómo es que sabes usar un arma si solo eres una empresaria? Ya no estoy creyendo nada de tu vida.

—Jefe, yo fui quien le dio el arma, tenía que defenderse.

Habla Leo, haciendo que voltee a verlo.

—Hay que aceptar que tuvo pantalones, no cualquiera se mete en una balacera sin saber disparar. Pudieron matarla.

—Eres un cabrón, para la próxima no le das nada. Pudo dispararme a mí, no confío en ella.

—Agradece que te salvé el trasero, ya estamos a mano.

Analía se me acerca. Es alta, pero no tanto como yo. Sus ojos en los míos me hacen sentir que me está retando.

—Te salvé la vida.

—¿Quieres que te agradezca? Yo no te dije que te bajaras de la camioneta. Y todo pasó por culpa tuya.

Me mira de pies a cabeza y la escucho preguntar.

—¿En qué estás metido? No eres solo un empresario millonario, o no tendrías a tantos policías detrás de ti.

—Lo que haga con mi vida es problema mío, no tienes que meterte —la agarro de los brazos y la pego a la pared—. Para la próxima que agarres una de mis armas te doy un tiro en los pies.

—Qué delicado puedes llegar a ser. ¿No sé supone que eres el jefe de todos estos matones? Pareces un simple estúpido con ínfulas de jefe.

No escondo mi enojo y la agarro del brazo, jalo unas esposas y se las pongo. Dejándola de pie y con sus manos estiradas.

—Suéltame.

—Te vas a quedar ahí por intensa. Te soltaré cuando me dé la gana. Te lo mereces.

—Alex, no es gracioso.

—Para mí tampoco es gracioso que por ser una sapa chismosa casi me matan. Ahora, tienes tu castigo —deslizo mis manos por sus brazos—. Podría castigarte de otra manera, pero estoy seguro de que lo vas a disfrutar y eso no es lo que quiero.

Me empiezo a alejar, sus gritos se pueden escuchar por todo el lugar.

—¿Piensas dejarme aquí? ¡Suéltame! ¡Alex, ven a soltarme!

—Te puedes cansar gritando que nadie te soltará, y el que lo haga lo dejo sin manos. Nadie le da agua ni si pide.

—¡Eres un imbécil, Alex Morris! ¡Debí dejar que te metieran un tiro!

Le tiro un beso haciendo que sus gritos se vuelvan más fuertes y me voy a la oficina. Tengo todo aquí para poder durar días, en cada escondite estoy preparado por si nos toca pasar varios días.

—Leo —lo llamo. Se acerca con rapidez—. Dos cosas; le vuelves a dar un arma a Analía y se la quito para dispararte. Y la segunda, quiero que me traigas al maldito que casi me mata. Nadie que me apunta con un arma en la cabeza puede quedarse vivo.

—¿Sabe quién es?

—Eso también lo tienes que averiguar, si no puedes me avisas, busco a otro.

—Sí puedo. Ya mismo me encargo de eso. ¿Qué pasa si se resiste?

—Lo matan, es una orden.

—Entendido —está por salir y se detiene—. Otra cosa, jefe. ¿Dejará a la chica esposada? Ella lo defendió, pudieron matarla.

—Que sufra, así se hacen las grandes personas. El dolor nos hace fuerte, y Analía tiene que serlo.

Que sufra.

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