~Analía~
Podría soltarme fácilmente, pero si lo hago Alex comenzará a darse cuenta de que miento y no puedo dañar mis planes. ¿Por qué lo defendí? Porque lo vi como la oportunidad para ganarme su confianza. Alex tiene que pensar que me puedo convertir en una más de su club de matones. Yo necesito refundirlo en la cárcel. —¿Me puedes soltar? Le digo a uno de los que me cuidan y me ignora. —Estoy cansada, por favor, tengo sed. Aparece Alex, se ha cambiado de ropa, solo lleva una sudadera de ejercicio. —¿Has disfrutado de tu estadía? ¡Diablos, te ves terrible! Siento pena por ti. —Ya suéltame, estoy cansada y muero de sed. —Mmm, no mereces que lo haga. Te has portado mal. Se acerca, sus labios rozan los míos, aprovecho para morderle el labio y me empuja con fuerza. —¡Eres una loca! —Suéltame entonces. Jala una silla quedando frente a mí —¿Por qué me salvaste? —No sabes cómo me arrepiento de haberlo hecho, debí dejar que te llevaran. —No ibas a dejar que me llevaran. Tienes la necesidad de demostrarme que puedes conquistarme. Sonríe, mordiendo sus labios. —Eres tan engreído, Morris. —Me tienes ganas, no ibas a dejar que me llevaran sin antes… —No lo digas. Se ríe. —Tener sexo conmigo. —No tendré sexo contigo, te defendí porque quise, solo me nació. —Si algo he aprendido, es que nadie hace nada solo por hacerlo, siempre hay una razón detrás. Resoplo, mirándolo. —¿Quién te dañó tanto, Alex? —¿Cómo sabes que no he sido un malnacido siempre? —No lo dudo, eres todo lo que está mal en la vida. «Sí, esa es la verdad». —Yo soy lo mejor que le puede pasar a las mujeres, a ti, por ejemplo. —Te gusta dañarle la vida a la que tocas, eres el típico hombre machista que piensa que puede con todas. Me queda mirando, sus ojos guardan tantas cosas que no logro describir. —Me observas mucho. —Presto atención a los detalles. —Te parezco interesante. Se pasa la lengua por sus labios, de manera sutil. —Estresante, de hecho. —Estresante es haberte conocido a ti. ¡Eres insoportable! Me quedo callada, se me fueron las ganas de seguir hablando. Espera unos segundos y me suelta, mirando las marcas que me han dejado las esposas. —Para ver si dejas de ser tan rebelde. —No lo sería si me hablaras con la verdad —acaricio mis muñecas—. No eres quien dices ser, no soy tonta. —¿Qué quieres saber? —Quiero saber quién eres. Pero no quién es el hombre que se pone detrás de una silla en una oficina fingiendo que todo está bien, quiero saber quién es el hombre real. Sus ojos buscan los míos, y por unos segundos noto la tristeza detrás de esos ojos verdes que son tan profundos y llenos de caos. —Este soy yo, no hay otro —me mira—. Deja de querer conocer el infierno, no te gustará. [….] Camino por los pasillos de la empresa, siento que me duele todo, estoy cansada, llevo días sin dormir. Después de lo que pasó con Alex siento que traicioné a Tomás, y no quiero que por un error me saquen de la misión. «No quiero». Agarro agua en mis manos y me la echo en la cara, en el baño se va todo escándalo que hay afuera. —¿Estás bien? Me interroga Sam que acaba de entrar. —No descansé bien. —Se nota. Me hace mirarla y empieza a aplicarme corrector. —Ya no pareces un mapache. Me dice con una gran sonrisa. ¿Por qué es tan amable? —¿Sabes que si necesitas hablar me tienes aquí? Pareces la clase de persona que suele callarse todo. Sí, en realidad la conozco hace semanas, pero no sabe nada de mi vida, mientras yo sé casi todo de ella porque le gusta hablar. Estoy por responderle y me quedo callada al ver detrás de ella a Tomás. Es un riesgo que esté aquí, si nos llegan a ver podría causarme problemas, los hombres de Alex están afuera de la empresa cuidándolo. —¿Podrías dejarme sola? Le digo a Sam con media sonrisa, asiente sin preguntar nada y se va. —Pudimos agarrar a uno de los tipos que estaba en la balacera. Tienes que ir a verlo. —No puedo, afuera hay hombres de Alex, todos piensan que son simples guardaespaldas —me asomo confirmando que nadie venga—. Alex tiene que pensar que estoy de su lado. —¿Desde cuándo se volvió más importante que la misión? Por culpa tuya no pudimos detenerlo, me diste un golpe. No sé qué te pasa. —Era necesario, no había pruebas en su contra y se iba a escapar de todo los cargos. —Que no se te olvide de qué lado estás. Me dice, en un tono firme. —Salgamos de aquí. Nos espera una camioneta atrás, regresarás a tiempo. Lo prometo. [….] Llego al departamento de antinarcóticos y me pongo mi chaleco, me hago una coleta y entro a la sala de interrogatorios. El hombre me queda viendo con sus ojos grandes y su cara llena de sorpresa. Es el que me disparó. —Bien, no seré flexible contigo, sé qué clase de abusador eres. Lo agarro del cabello y le doy un golpe fuerte contra la mesa haciendo que le sangre la nariz. —¡Maldita! Trata de golpearme y los dos policías que me acompañan lo sientan a la fuerza. —Eso es por haberme disparado. Me las debías. —Perra, eres una vendida. —Te darán mínimo veinte años por todos los delitos que tienes encima. Si coperas haré que sean menos, tú decides. —No hablaré. —¿Por qué buscaban a Alex? ¿Qué les debe? Se queda callado. —No me hagas enojar. Habla. Sigue callado, me levanto y lo vuelvo a golpear, esta vez con más fuerza. —¿Vas a hablar? —No. Si hablo me van a matar, no voy a poner en riesgo mi vida. Ahora que salga le diré a todos quién eres, te van a cazar como un animal. —¿Es Alex Morris, cierto? Lo duda, pero responde. —Sí, el mismo alacrán. No lo conoces; es cruel.