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Capítulo 10; Sensualidad

~Alex~

—No te creo capaz de disparar.

Dice uno de ellos con una sonrisa.

Pienso igual que él hasta que Analía le dispara en el pie logrando que se queje de dolor.

—¡Eres una puta demente!

Le dice entre dolor y ella lo mira sin rastro de arrepentimiento.

—Tan loca que si alguno intenta algo raro les juro por Dios que les vuelo los sesos.

Miro su cara mientras habla y parece que no hay rastro de miedo en su mirada. Ella sabe lo que está haciendo, solo espero que no se le escape un disparo y me mate a mí.

—Las armas al suelo. No lo vuelvo a repetir.

No aparta la mirada de ellos mientras tiran las armas al suelo y ella las aleja. Sin dejar de apuntarlos me suelta y me pasa un arma, esta vez logrando que los dos quedemos armados.

Me acerco al hombre que me amenazó y le doy un golpe contra la mesa.

—En tu mugrosa vida me vuelvas a amenazar. ¿Estamos?

Le doy otro golpe, los ato a la silla y llamo a Leo para que venga por ellos. No les dejaré pasar que hayan venido a matarme.

—Se buscaron su muerte.

Les digo. Tomo del brazo a Analía y nos vamos a la cocina donde no nos escuchen.

—¡¿En qué carajos te metiste?!

Me grita.

—Uno es el jefe de los hombres con los que acabé el día de la balacera, el otro es un lava perros. No son más que unos tontos, no te preocupes.

Camina de un lado a otro con las manos en su cabeza.

—Creí que no ibas a disparar.

—Yo tampoco.

Nos quedamos viendo y soltamos una risita estúpida.

—Te voy a enseñar a disparar.

—¿De verdad?

—Sí.

—¡Gracias!

Se me tira encima dándome un beso, que me hace verla con una ceja levantada.

—Perdón, me emocioné.

—No quiero que insistas, yo te diré cuándo es el momento.

Asiente con una sonrisa.

Me quedo viéndola, parece nerviosa.

—¿De dónde sacaste el arma?

La interrogo, viendo cómo su cuerpo se pone tenso.

—Es tuya.

—Mientes —me cruzo de brazos—. ¿Quién eres tú realmente, Analía Monterrubio?

—Revísate y dime si tienes tu arma.

Hago lo que me dice, y no está.

—Te la saqué cuando te rocé en la oficina —me la tira—. Ten más cuidado.

—No vuelvas a hacerlo.

La hago a un lado.

—¿No me vas a agradecer por salvarte otra vez? ¡Estuve genial!

—No hiciste nada.

Le digo entre dientes y desaparezco.

En realidad, sí se veía muy bien con el arma entre sus manos mientras apuntaba. Hasta parecía experta en lo que hacía.

Debo admitir que se veía sexy.

No es la primera vez que Analía me salva, no puedo permitir que siga pasando, ella debe estar llena de dudas del porqué siempre hay hombres que quieren acabar conmigo, no es una chica tonta y debe estar sacando respuestas.

Ella parece tan distinta a todas que me sorprende que me ayude cuando la necesito, parece el tipo de mujer que le da igual lo que pase en la vida de los demás.

Regreso a la sala, pienso que no se ha dado cuenta y la escucho hablar.

—¿Para qué me hiciste venir? Me has dejado esperando.

—No había junta, te hice venir porque quería tener sexo contigo —le confieso, y ni siquiera yo sé por qué lo estoy haciendo—. La realidad es que quería llevarte a la cama.

Se levanta, da unos pasos hacia mí.

—¿Crees que yo no sabía? No soy estúpida.

Toma mis manos y las lleva a sus pechos, haciendo que le dé un apretón, mis ojos buscan los suyos, su mirada es tan intensa y llena de misterio que me gustaría saber qué hay en sus más oscuros pensamientos.

—Ven.

Me toma de la mano y me deja caer en el mueble, se acerca a mi equipo y pone música, se pone en medio de mis piernas y empieza a mover sus caderas de manera sensual, la forma en la que se mueve podría hacer que cualquiera la deseé, sus manos jugando con su larga cabellera que cae a los de sus senos le dan un toque exótico.

Intento tocarla y me quita las manos. Sigue moviéndose de un lado a otro tocando su cuerpo, ella sabe lo hermosa que es y lo atrevida que puede ser, me está provocando, y lo está logrando.

Se da la vuelta, dejándome una buena vista, sus manos suben un poco su vestido, mi cuerpo ha empezado a reaccionar, ya puedo ver la diminuta erección que ha empezado a crecer, Analía está logrando que mis ganas por ella aumenten.

Baja hasta el suelo moviendo sus caderas y de la misma manera sube, esta vez se acerca más a mí y sus labios buscan mi cuello, mis manos acarician su cuerpo por encima de su ropa y me sonríe de manera tan coqueta que me provoca arrancarle la ropa.

¿Tan débil puedo ser por una mujer bonita o es que Analía es demasiado cautivadora?

—Déjame hacerte mía…

Se sienta en mis piernas, se mueve al ritmo de la canción, sus labios acariciando los míos y sus manos juegan con mi ropa, mientras que yo aprieto su trasero logrando que se le escape un gemido.

Sabía que iba a caer, nadie se resiste a mí, y Analía no iba a ser la excepción por más inalcanzable que se vea.

Analía se vuelve a levantar dejándome con ganas de más, me da una sonrisa y se abre los botones de su blusa, dejándome ver sus senos, son blancos, llenos de pecas y con el tamaño adecuado para que pueda tenerlos en mi boca y en mis manos.

—¿Te gusta lo que ves?

Muerdo mis labios, mirándola.

—Que mi cuerpo te lo diga —señalo mi erección—. Me tienes mal, necesito hacerte mía.

—Qué lástima que no podrás tenerme.

Masculla con una gran sonrisa y se acomoda la ropa.

—¿Es broma? ¡Tengo una puta erección!

—Tócate a mi nombre.

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