Nos quedamos en silencio por un rato y mi estómago deja escapar un gruñido.
—¿Tienes hambre?
—Realmente no.
Comienza a levantarse del sofá. Ya es lo suficientemente grande en esta pequeña sala de estar, pero parece más grande cuando se aprieta detrás del sillón para alcanzar su abrigo.
—No tengo tanta hambre, no tienes que ir a comprar comida.
—No te preocupes, no me importa —se pone el abrigo y mira por la ventana. —No es tan tarde, solo voy a la tienda cercana. Volveré antes de que oscurezca.
Hace un saludo fingido y sale por la puerta.
Me siento quieta durante unos segundos sin saber qué hacer y finalmente decido int