Hakon no me quitó los ojos de encima en todo el camino, y aunque Eirik quería verse relajado, podía notar lo tenso que estaba, y no era para menos.
—¿A dónde vamos? —pregunté mientras caminaba al lado de Eirik.
Él volteó a verme.
—A casa —me respondió.
Yo asentí con la cabeza. Traté de agarrar su mano, pero él la alejó. Yo no dije ni hice nada y solo seguí caminando. Caminamos por horas; las plantas de mis pies ardían, pero no iba a quejarme, ya que todos andábamos en completo silencio.
A medida que avanzábamos, Hakon permanecía un par de pasos detrás de nosotros, sus ojos clavados en mí, vigilándome como un lobo vigila a su presa antes de atacar. Seguí caminando hasta que mis piernas fallaron y terminé en el sucio suelo. Traté de levantarme, pero mis piernas estaban entumecidas.
Los fuertes brazos de Eirik me levantaron, cargándome; yo me acurruqué en su pecho y enredé mis brazos en su cuello.
—Te amo —le susurré.
Él no contestó nada y siguió caminando. Su silencio apuñaló mi pecho d