El salón de Goldhaven era un laberinto de sombras, las antorchas en las paredes proyectando luces trémulas que danzaban sobre las piedras frías. Phoenix abrió los ojos, el corazón acelerado, y se encontró frente a Turin, el beta de Ulrich, cuya mano apretaba su cuello con fuerza. El shock la hizo jadear, sus manos volando para intentar aflojar el agarre, los dedos temblando contra la piel áspera de él. Los ojos castaños de Turin brillaron con sorpresa y desconfianza, su respiración pesada mientras la miraba fijamente.
— ¿Phoenix? —Su voz era un susurro cargado de incredulidad—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Ella tragó saliva, la garganta ardiendo, luchando por reunir aliento y palabras. Antes de que pudiera responder, el sonido distante de alarmas resonó por los corredores de Goldhaven, un lamento metálico que cortó el silencio de la noche. Phoenix, aún jadeante, sintió la urgencia del momento. Había retrocedido en el tiempo, usado *Tem