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No podía creerme aún que Enrique y yo hayamos llegado a este punto. Me gustó, claro, pero nosotros no podíamos estar haciendo esto. No deberíamos. Por la noche me quedé en mi habitación porque no quería bajar a cenar, ¿estaba evitándolo? Quizás. Además no quiero que Enrique luego piense que soy “de su propiedad” y pueda estarse metiendo en mi vida todas las veces que se le da la gana. La puerta se abre y él entra.

—¿No bajaras a comer? —me pregunta—la cena ya está lista.

—Hmm no tengo hambre —mentí, volviendo la vista a la tablet. Recordé el tipo que estaba en el patio anoche, sentía que nos observaban. ¿No se supone que Enrique tiene buena seguridad?

—¿Que pasa? Te noto un poco extraña.

—No me pasa nada. ¿La seguridad es buena? —le pregunté.

—¿A que viene tu pregunta? —se sentó en el borde de la cama.

—Solamente quiero saber, digo, al menos así me puedo sentir más segura.

No estoy segura de si decirle que anoche miré a alguien en el patio, siento que Enrique se alarmará, sin embargo,
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